La salud bucal tenía algunos representantes en la que comenzaba a ser algo más que la Gran Aldea.
Hombre de buenas lecturas mi tocayo don Roberto Fusero, seguro que leerá ésta con curiosidad y se la pasará a su hijo Esteban, ambos dentistas y estos, a otros colegas y amigos.
Si hablamos de sanidad en el Buenos Aires colonial todos recordamos el famoso Tribunal del Protomedicato, y también nos resultan conocidos los nombres de algunos afamados médicos como Agustín Fabre, los Argerich padre e hijo, Justo García de Valdés, Matías Rivero, Juan de Dios Madera, Joseph Redhead y Diego Paroissien, entre otros. Casi todos ejercieron su oficio en la Ciudad y fueron requeridos por la causa revolucionaria acompañaron los ejércitos auxiliadores al Alto Perú, a la Banda Oriental, al Paraguay o en la campaña sanmartiniana. Los dos últimos además velaron por la débil salud de sus jefes, Manuel Belgrano y José de San Martín.
Interesado en la medicina preventiva, García de Valdés publicó, en 1810, en el Correo de Comercio, su experiencia en casos de rabia y el modo curativo en algún caso, y el triste fin de los que la padecían en otros más. Alguna vez con el doctor Fernando Tuccillo dimos a conocer un trabajo sobre el particular.
Pero cuando nos preguntan por la salud dental y el modo de tratarla, sólo nos aparecen algunos arriesgados sacamuelas, que los comparamos con los que viajaban en carromatos vendiendo además elixires en las películas del Lejano Oeste.
La Gaceta Mercantil, que resulta como siempre decimos una fuente inagotable de datos, nos llama la atención con dos avisos publicados en su edición del sábado 31 de diciembre de 1825. Nos enteramos que en Buenos Aires atendían dos odontólogos: el primero el señor Poirón, dentista que de este modo se presentaba: “Dentista, recibido por la Facultad de Medicina de Londres, Bruselas y Buenos Aires, tiene el honor de informar a los habitantes de esta ciudad; que ha resuelto fijarse en esta ciudad con el fin de ejercer su profesión”. Anunciaba tener su consultorio en su casa de la calle Cangallo Nº 99 y “sus conocimientos en la parte práctica y mecánica a la que da el mayor cuidado, habiéndole conseguido la confianza de los señores médicos y de las familias más respetables de esta ciudad se lisonjea que seguirá mereciendo el patrocinio de las personas que se dignen ocuparlo”. Poirón, añadía en el extenso aviso, “cura todas las enfermedades de la boca, extraer dientes, limarlos, plombearlos, etc. Hace y pone con la mayor perfección toda clase de dentaduras con corchetes y resortes, (sin servirse de ligaduras). Dicho señor hace y pone toda clase de obturador o falso paladar; se encarga de dirigir la segunda dentición de los niños y de remediar los defectos obtenidos por causas naturales o accidentales”.
Su otro colega, que también se anunciaba al pie en el mismo número de La Gaceta, con domicilio en la calle Florida 67 y 69, se apellidaba Ristorini, “cirujano dentista de la Facultad de Medicina de París y recibido por el Tribunal de Medicina de Buenos Aires”, aclaraba. Trataba, según afirmaba, “todas las enfermedades de la boca, saca los dientes, luego que ya no hay más recursos que emplear para conservarlos; saca también con facilidad los raigones los más difíciles, cuya demora en los alveólos a veces ocasiona accidentes graves. Emploma y cauteriza los dientes, y coloca artificiales, y hace en fin a los dientes, todo cuanto el arte prescribe, ya para su conservación, ya para su adorno”.
Pero Ristorini, por si fallaba en su profesión, buen previsor, a continuación anunciaba: “Tiene también un surtido de bragueros herniarios de primera calidad, para todas suertes de hernias, para hombres, mujeres y niños, que coloca metódicamente; suspensorios para hombres que montan a caballo y otras cosas, pesarios muy cómodos para mujeres, bugías, algalias, y pezoneras de goma elástica, etc. Se halla en su casa muy buenas omatas líquidas y en polvo, para limpiar y conservar los dientes, elixires para fortificar y nutrir las encías, y además un excelente bálsamo para calmar el dolor de dientes”.
Esperemos que la lectura de esta nota con los adelantos actuales, les haga pensar a los lectores que no hay que temer ir al dentista… la cosa era en aquellos tiempos.
* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación