¿Qué son las Academias?

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Hace pocos días el presidente de la Academia Nacional de Ciencias, ingeniero Juan Carlos Ferreri, tuvo la amabilidad de obsequiarme el volumen “Academias, conocimiento y sociedad”, una recopilación de las contribuciones de los miembros de muchas de esas corporaciones con motivo del VII Encuentro Interacadémico 2018.

Vale antes que nada hablar sobre el origen de las Academias. Como es sabido, viene del nombre del bosquecillo de olivos y plátanos que en las afueras de Atenas recordaba el nombre de su héroe, Academos. A su sombra se desarrollaron los diálogos atribuidos por Platón a su maestro Sócrates, estupenda floración del genio griego. Fue un saber aristocrático, reservado a quienes dejaban a los esclavos y a los libertos la preocupación por las cosas materiales, empeñados en la búsqueda del saber. Expresión suprema de la cultura, con autoridad magistral era algo así como la soberanía del talento.

Desaparecidas durante siglos, vuelven a asomar en la Italia renacentista con las “della Crusca” en Florencia, en 1583, dedicadas a mantener puro el idioma, y la de “Lincei” en Roma, en 1603, tomó ese nombre del lince por que la aguda vista de ese animal también es necesaria en el estudio de las ciencias a las que de dedicó. En 1635, Richelieu fundó la Academia Francesa, la primera de las que integran las cinco del Instituto de Francia. En 1666 apareció en Londres la Real Sociedad Científica y en España, la de la lengua, en 1713.

En América la primera de ellas fue la Academia Nacional de Medicina en nuestro país, en 1822, cercana a sus dos siglos a iniciativa de Bernardino Rivadavia. A ésta siguió el Instituto Histórico y Geográfico del Brasil en 1838 y, cinco años más tarde, en Montevideo, el Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, que contó como fundador al joven Bartolomé Mitre y como miembros de honor a José de San Martín y al propio Rivadavia.

Nuestro país cuenta con 22 academias nacionales y, como lo señala en el libro Jorge V. Crisci, miembro de la de Agronomía y Veterinaria, “cubren distintas ramas de las Ciencias, la Tecnología, las Humanidades y las Artes”. Están integradas por especialistas representativos de cada una de esas disciplinas y “tienen como fin promover la excelencia, intensificar el estudio, la investigación y las actividades en sus áreas específicas, impulsando su progreso, estimulando vocaciones intelectuales y difundiendo sus trabajos”, advierte. “Son instituciones autónomas, reconocidas y apoyadas por el Estado nacional, que están fundadas por el mérito, donde sus miembros eligen a sus propias autoridades y, basados en el reconocimiento a distinguidos y continuos logros profesionales, eligen a los nuevos miembros”, añade. Además, “informan al público y a los actores políticos sobre aspectos de su incumbencia, generan publicaciones, declaraciones e informes, y en algunos casos tienen a su cargo institutos de investigación”, resalta Crisci.

Sin embargo, como lo señalan los coordinadores de la obra Manuel Solanet y Manuel Martí, de las academias de Ciencias Morales y Políticas y de Medicina, respectivamente, “la cuestión económica y las penurias presupuestarias de los gobiernos y universidades siguen afectando las oportunidades de científicos e investigadores”. Es también, acotan, “un reclamo generalizado el de la escasez de recursos con que deben desempeñarse las academias”. Y hay todavía algunas “que no reciben fondos del gobierno y deben solventarse por los propios académicos”.

Lo mismo sucede con otras instituciones no reconocidas oficialmente que se dedican a temas puntuales como la de Ceremonial o la de Cirugía.

Este año en Tucumán se realizó el tercer encuentro de Academias en el mes de agosto, del que participaron no sólo las de Argentina sino que hubo representantes de Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay, donde el intercambio de esos días dio numerosos frutos y que el año próximo piensa expandirse aún más con reconocido beneficio.

El crecimiento de las nuevas formas de insertarse en el presente, como lo viene trabajando la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación, sirve como bien se apunta en el prólogo “para relacionarse con la sociedad y con otras instituciones… y el crecimiento y uso de las redes sociales sirve para difundir eventos, documentos y conferencias”.

En el libro algunas academias se han referido “a la elevada edad media de sus integrantes y a las dificultades de salud que limitan sus actividades. Esta misma experiencia la hemos escuchado en otros países, no expresada como queja sino como una realidad del carácter vitalicio de las designaciones”.

Se pone como ejemplo a la Academia Francesa, que desde 2010 estableció que los nuevos miembros no podían exceder los 75 años de edad, aunque no hace falta llegar a ese extremo sino que cada corporación debiera manejar esa cuestión llevando a eméritos a quienes ya no pueden concurrir, y abriendo los sitiales vacantes a nuevas incorporaciones.

Mucho más podría agregarse a este comentario y a esta obra que recomendamos al lector y también a las autoridades educativas y de cultura de todos el país, ya que las academias tienen además un espíritu federalista porque incorporan a destacados referentes de cada provincia.

Como final colaboraron en esta obra José Luis Moure (Academia Argentina de Letras), Jorge V. Crisci (Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria), Graciela Taquini y José Burucúa (Academia Nacional de Bellas Artes), Beatriz L. Caputo y Juan A. Tirao (Academia Nacional de Ciencias de Córdoba), Mario Solari (Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires), Eduardo de Zavalía, Jorge del Águila, Andrés Cuesta y Lautaro Rubbi (Academia Nacional de Ciencias de la Empresa), José María Dagnino Pastore (Academia Nacional de Ciencias Económicas), Roberto J. J. Williams (Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales), Horacio Sanguinetti (Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas), Néstor Pedro Sagües (Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales), María Paola Scarini de Delbosco (Academia Nacional de Educación), Juan Pablo Rossi, Rolando C. Rossi y Néstor Caffini (Academia Nacional de Farmacia y Bioquímica), Susana Curto, Analía Conte, Natalia Marienko y Héctor O. J. Pena (Academia Nacional de Geografía), Luis U. Jáuregui, José Luis Roces y Manuel Solanet (Academia Nacional de Ciencias de Ingeniería), Juan Antonio Mazzei (Academia Nacional de Medicina), Ricardo L. Machhi y Ángela M. Ubios (Academia Nacional de Odontología) y Néstor Pérez Lozano (Academia Nacional del Notariado).

Dejamos finalmente el de Marcelo Monserrat (Academia Nacional de la Historia), recientemente fallecido, sin duda una de sus últimas producciones como homenaje a su memoria.

* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación. Académico correspondiente de la Academia Paraguaya de la Historia, del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay y de la Academia Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial.

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