Uno de tantos balances que pueden hacerse de la cumbre del G20 en Buenos Aires es que ratificó el apoyo de Estados Unidos al gobierno de Mauricio Macri. Puede ser el más obvio, pero sin el respaldo de Donald Trump, sumado al de Angela Merkel, Emmanuel Macron y Shinzo Abe, la aprobación del programa ortodoxo del Fondo Monetario Internacional (FMI) no habría sido posible.
Otra cuestión es si debía Argentina ir al Fondo como fue y si la aceleración del fenomenal ajuste que implicó para “encajar” en sus parámetros técnicos tenía alguna alternativa. Desde la oposición aseguran que sí pero, según el teorema de Baglini, “el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente político es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder”. Esto, más allá de la postura de algunos sectores del peronismo de rediscutir -no negar o rechazar- los términos del acuerdo si ganan las elecciones del año próximo.
Dicho esto, el respaldo político fue elocuente, sigue siendo relativo el impacto económico-comercial de ese apoyo. De hecho, más allá de la enjundia de los comunicadores del gobierno de Mauricio Macri, los anuncios en este segmento son francamente magros. Tampoco habrá “cúmulus nimbus” anunciando una lluvia de inversiones porque, más allá de la permanencia de Cambiemos en el poder -y hasta de su posible continuidad más allá de 2019-, los problemas estructurales subsisten: la reforma laboral que reclaman los empresarios locales y los inversores internacionales ha siquiera comenzado; y las inconsistencias económicas se han agudizado.
El gobierno -no es muy original- confía en dos milagros, uno más cercano en el tiempo y el otro, más distante: la próxima cosecha récord y Vaca Muerta. No puede decirse que se trate de un plan estratégico ni nada que se acerque.
La volatilidad cambiaria, las tasas por las nubes, la inflación del 50 por ciento, la cadena de pagos rota, entre otras realidades, han dejado en manos de los propios argentinos el sostén de la endeble economía: los dueños de las PyMes que no cierran se mantienen por sus ahorros en dólares; los integrantes de la vapuleada clase media nacional sacan sus dólares de abajo del colchón.
De este modo, la caída del consumo a lo estrictamente necesario no es extraña. Sosteniendo a los sectores más desprotejidos con planes y diversas ayudas sociales, todo luce como pegado con alfileres.
Desde el gobierno aseguran que en marzo o abril comenzará una leve recuperación. Está por verse.
Mientras, la escenificación del G20 puede servirle a Macri como una plataforma para relanzar su atribulada administración, para romper una inercia negativa, pero no mucho más. Con cierto realismo, tampoco es mucho más lo que pretende. Después de haber pasado por el Infierno, el Purgatorio sin duda luce como una bendición.
Si, como todo indica, diciembre termina sin complicaciones sociales, en febrero el oficialismo podrá ponerse en modo campaña sosteniendo ocho platos en el aire, como los malabaristas chinos. ¿Puede lograrlo? Sí, si de manera simultánea todos sus dirigentes y acólitos recitan el mantra “Cristina presentate”.
Lo que pasa, realmente, no da para emocionarse.
La única verdad es la realidad…