El puntilloso informe de Vale sobre los monitoreos y medidas de seguridad dispuestos para un dique de colas construido en 1976 e inactivo desde hace tres años, torna más patética la tragedia que envuelve al gigante holding del Brasil y, en su onda expansiva, a la minería mundial.
Las imágenes del lodazal que arrasó con centenares de vidas son portada en todo el planeta y la primera caída bursátil de las últimas horas del viernes es sólo un mínimo anticipo de los tiempos oscuros que deberá afrontar la minera insignia de Sudamérica, que de la mano del veterano y recientemente reelegido CEO Fabio Schvartsman venía sosteniendo con logros el duro pulso precios del hierro vs. los stocks chinos.
Este colapso de relaves, en uno de los yacimientos ferrosos más productivos del último medio siglo de Vale, fue mucho más pequeño en volumen que el sonado aluvión en Mariana, la mina de Samarco también en Minas Gerais, cuyas graves consecuencias recién hace muy poco habían sido zanjadas en la faz de reparaciones civiles y fiscales entre la minera y las autoridades federales brasileras.
Pero el saldo mucho más cruento, medido en centenares de víctimas, impacta y pone a Vale en el centro de la conmoción en su país y en el mundo. Estaba todo controlado, pero la proclamada seguridad de sus ingenieros se estrelló contra la cruda realidad. Algo puede fallar en minería, por ejemplo entre tanta inercia de empresas que maximizan resultados forzando productividades e infraestructuras.
Este “after day” es terrible para el espectro minero mundial. El mar de lodo de Brumadinho es un tsunami que amenaza lanzar al vacío el prestigio de la minería moderna como sinónimo de calidad y seguridad. Por estas horas ganan espacio las conocidas voces contra el extractivismo, sobre todo en América Latina, un territorio atravesado por conflictos sociales, políticos y vecinales que resisten la expansión de la actividad minera.
Un cruel cuadro de situación en una región que en el mismo tiempo y espacio, entre los trópicos de Cáncer y de Capricornio, padece cómo centenares de miles de garimpeiros hacen sufrir el ambiente con su minería artesanal y mercurio que draga y seleniza por siglos decenas de millones de kilómetros cuadrados. En algunos países, en una supuesta ilegalidad que tiene el guiño cómplice de las autoridades nacionales y regionales. En otros, como en Venezuela, como criminal política de Estado.
Pero este desastre de Brasil no ocurrió en ese inmenso universo ilegal sino en una de las minas modelo de una de las mineras más grandes del planeta, repleta de certificaciones de calidad de gestión ambiental. La noticia, como suele ocurrir, volverá expertos en minería y ambiente a periodistas, políticos y ciudadanos de a pie, porque los dueños del saber y las decisiones al interior de la minería fracasaron donde no podían hacerlo.
En los chats de las mineras, por estas horas, vuelan las consultas de los inversores para ver “cómo estamos” y si es posible que algo así nos pase a nosotros. Muchos de los que preguntan son los mismos que decidieron severos ajustes de inversión sustentable en esta última década de penurias en precios y bolsas, mientras crujían los balances de las “mining companies”. Hubo voces expertas, en este tiempo, que sugerían prestar atención al factor relaves y su potencial peligrosidad, sobre todo en geografías tropicales.
Previsiblemente, gobiernos y opinión pública, en muchos casos atizados por los grupos anti minería, querrán saber ahora cómo se están manejando las cosas en las minas de cada comarca y cuáles son las garantías que ofrecen las empresas explotadoras de los yacimientos.
La tormenta milenaria suele ser un factor de cálculo de ingenieros y geólogos cuando se proyecta o se reformula un complejo minero. Una de ellas dijo presente en Mina Gerais y se abrirán decenas de expedientes para buscar causas y responsables.
Brumadinho es la peor de las noticias que podía recibir el negocio minero global. Una actividad que necesita, como el agua, de la licencia social.
* Director de Mining Press y EnerNews