Waterloo

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La batalla que en 1815 marcó el fin del primer imperio francés y la abdicación definitiva de Napoleón es usualmente sinónimo de gran derrota, sobre de todo de alguien que se creía invencible.

Cada vez más aislado, impotente frente a las imágenes de cientos de empleados públicos haciendo cola en ollas populares, con vuelos cancelados en aeropuertos neoyorquinos como consecuencia de la falta de controladores aéreos y con numerosos senadores republicanos pidiendo a gritos que el gobierno fuera reabierto para poder pagar sus salarios a más de 800.000 empleados públicos, Donald John Trump, presidente de los Estados Unidos, capituló este viernes ignominiosamente y, para peor de males, ante una mujer, la líder de la Cámara de Representates, la demócrata Nancy Pelosi.

Después de 35 días de dejar en el limbo a cientos de miles de empleados  porque en esa autorización presupuestaria no había dinero para construir un muro en la frontera sur, Trump anunció este viernes que firmó una ley  que no prevé ni un dólar para esa gigantesca pared pese a haber dicho que jamás haría una cosa así.

(NdA: El gobierno en Estados Unidos solo puede usar dinero público con autorización del Congreso; sin una ley que asigne fondos, se ve obligado a suspender a empleados sin goce de sueldo hasta tanto se le reautorice ese gasto).

El Congreso tiene ahora tres semanas para discutir medidas para reforzar la frontera y modificar las leyes de inmigración -un problema artificialmente creado por la extrema derecha que alimenta así a una parte del electorado que sigue viendo a los inmigrantes, sobre todo a los no blancos, como una amenaza- en un país donde quienes llegan a vivir y trabajar se encargan de recoger la fruta en los campos, procesar los animales que se comen en hamburguesas y construir las casas de precisamente aquellos que quieren que se vayan cuanto antes de lo que -creen aún o imaginan- es un Estados Unidos homogéneamente blanco.

En lo que pudo haber sido uno de los peores días de su presidencia, horas antes de anunciar su rendición Trump había recibido la noticia de que su monje negro y motor de su ascenso al poder, el operador Roger Stone, había sido sacado de su mansión en Fort Lauderdale en pijama a la calle, con las esposas colocadas. por hombres armados del FBI.

Operador de extrema derecha que fue en su juventud también asesor de Richard Nixon, Stone está ahora en la mira del fiscal especial Robert Mueller III sospechado de haber sido el nexo entre la campaña de Trump y Julián Assange, el creador de WikiLeaks y al parecer idiota útil de la inteligencia rusa, que usó ese sitio para divulgar correos hackeados a la campaña de la demócrata Hillary Clinton por parte de los servicios de inteligencia del ejército de Vladimir Putin.

Stone indecorosamente apresado y en todos los canales de TV, comentarios insensibles de miembros de su gobierno y su familia señalando que los empleados públicos estaban en realidad de vacaciones y que no recibieran sus sueldos no era para tanto, vuelos cancelados, empelados públicos en pie de guerra, su popularidad alcanzando el mínimo en lo que va de su gestión y senadores de su partido hastiados de su intransigencia, fueron los ingredientes del cóctel que pusieron finalmente a Trump contra las cuerdas e hicieron que arrojara la toalla, consciente de que la batalla estaba perdida.

Obviamente que no faltaron los aullidos de bronca de comentaristas y opinadores de la ultraderecha, los mismos que lo impulsaron a rechazar un acuerdo similar al que firmó este viernes, pero en diciembre, y a precipitar un innecesario cierre del gobierno que sólo consiguió afectar a gente común, presuntamente los que el mismo presidente juró que defendería de las “elites” de Washington.

Paradójicamente, el cierre de casi una tercera parte de la administración publica sirvió para demostrar la importancia de la gestión del Estado -desde el procesamiento de formularios de impuestos y el pago de estampillas de alimentos a los pobres, hasta el control del espacio aéreo- por parte de un partido cuyo máximo emblema, el expresidente Ronald Reagan, acuñó la frase el “gobierno no es la solución sino el problema”.

El cierre del gobierno, una herramienta empleada por Trump y que se extendió por mas de 34 días, era para los trumpistas la forma de forzar la mano de los demócratas en el Congreso para que aprobaran dinero para el muro, una consigna de campaña que sólo los fanáticos que lo ovacionan en sus eventos partidarios tomaron alguna vez en serio.

Mas del 60 por ciento de los estadounidenses rechaza la construcción de esa barrera e incluso los más duros antiinmigrantes afirman que el muro es un gasto innecesario, que la mayoría de los ilegales son gente que entra al país por los puertos naturales y se quedan más tiempo del permitido. Lo mismo que las drogas, que Trump, dice, combatirá gracias al muro, pese a que la epidemia de muertes por opiáceos son producto de la venta ilegal de medicamentos que contienen morfina.

Pero el muro es un símbolo de su campaña y por ese símbolo Trump ha recibido la mayor derrota política en lo que va de su gestión, la que podría presagiar otras justo cuando está por empezar su campaña buscando la reelección el próximo año.

“Fue el prisionero de su propio impulso y se convirtió en una catástrofe para él”, afirmó David Axelrod, ex asesor del presidente Barack Obama. “La Cámara de Representantes tiene poder y autoridad, y ahora alguien que sabe cómo usarla, por lo que tiene que convertirse en parte de sus cálculos o volverá a ser derrotado”, advirtió.

Sin embargo, la búsqueda de Trump de al menos una parte de su muro a lo largo de la frontera de EEUU y México no ha terminado. El acuerdo del viernes solo reabre el gobierno por un período de tres semanas para que el Congreso negocie un acuerdo de gasto a más largo plazo. El jefe de la Casa Blanca dijo que continuaría abogando por su promesa de campaña y amenazó con cerrar nuevamente el gobierno o declarar una emergencia nacional para usar sus poderes unilaterales con el fin de levantar el bendito muro si el Congreso no dispone el financiamiento apropiado para el 15 de febrero.

“Permítanme ser muy claro: realmente no tenemos más remedio que construir una barrera de acero o un poderoso muro”, insistió Trump el viernes.

Es muy posible que sus palabras no sean ahora más que una nota al pie de la Historia.

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