Llegó a Buenos Aires en 1842 y desplegó una actividad que bien pronto lo hizo destacarse en la sociedad de entonces. Su rol clave en la epidemia de cólera de 1867. Y su muerte.
En La Gaceta Mercantil del 14 septiembre de 1842 se anunciaba: “Los profesores dinamarqueses de Medicina y Cirugía que suscriben, admitidos por el Tribunal de Medicina de esta Capital, ofrecen sus servicios profesionales al respetable público de Buenos Aires, advirtiendo que a los pobres recibirán desde las 8, hasta las 10 de la mañana gratos. Viven en la casa alta, calle 25 de mayo No 56, frente a la Sala de Comercio. Carlos Fürst-Guillermo Saxild, doctores en Medicina y Cirugía”.
Efectivamente Fürst y Saxild habían rendido satisfactoriamente el examen para revalidar su título de médicos ante el Tribunal de Medicina, presidido nada menos que por el doctor Justo García Valdés, caballero que anonadaba al más pintado, contaba con medio siglo de experiencia en el ejercicio de la profesión y era miembro de la Academia de Medicina y figura consular en el arte de curar.
El primero de los daneses contaba entonces con 28 años, había llegado con su amigo a Buenos Aires el 14 de junio de aquel año con su diploma de médico otorgado en 1837 por la universidad de Copenhague, su ciudad natal, donde se instaló dos años después, luego de haberse perfeccionado en afamadas clínicas de Holanda y Alemania. Había nacido el 4 de mayo de 1814 en el hogar de don Martín Ludovico Fürst y de doña Federica Emilia Herbtz.
En 1840, un colega lo tentó para que lo reemplazara en Brasil, adonde viajó en compañía de su condiscípulo Guillermo Saxild, y por dos años recorrió aquellas vastas regiones. En 1842 embarcaron a Montevideo, de donde pasaron a Buenos Aires.
Después del examen mencionado, Fürst comenzó a ejercer la medicina, logrando una buena clientela por su formación, y logrando justa fama. Al poco tiempo casó con María Mercedes Josefa Marcelina Zapiola, hija del guerrero de la independencia, el general don José Matías Zapiola, vinculándose entonces a la vieja sociedad porteña ya que la abuela de la novia era de la familia de Lezica. En julio de 1844 nacía el primero de los nueve hijos que tendría el matrimonio, prologándose hasta hoy una extensa descendencia en los Fürst Zapiola.
Fue médico del Hospital Británico entre 1846 y 1857. Un año antes fundó en sociedad con sus colegas Buenaventura Bosch y el médico irlandés John Leslie el primer sanatorio para asistencia médico-quirúrgica abierto en Buenos Aires. A pesar de ser miembro por su saber y prestigio de la Academia Nacional de Medicina desde 1856, y uno de los redactores de los Estatutos de la entidad, la Municipalidad porteña en 1858 dispuso la clausura de la clínica, lo que fue rebatido por los socios con documentados argumentos a la largo de un largo pleito con los ediles.
Estudioso de la flora y la fauna, integró la Asociación Amigos de la Historia Natural del Plata. Además publicó notas sobre su especialidad en la “Revista Médico Quirúrgica”, entre 1864 y 1867. Estuvo en las campañas de Cepeda y Pavón, y atendió a los heridos en la guerra del Paraguay en el Hospital General de Hombres, comportamiento que le valió el reconocimiento del doctor Juan José Montes de Oca en nota al ministro de Guerra y Marina, general Juan Andrés Gelly y Obes.
Fürst había perdido en febrero de 1864 a su mujer y su vida la dedicaba a sus hijos, algunos todavía pequeños, y al ejercicio de su profesión. En 1867 comenzó a organizar un viaje a Europa con el joven médico Santiago Larrosa. Allí, después de visitar afamados centros dedicados a la salud, pensaba llegar a Copenhagüe para encontrarse con sus familiares. En eso estaba cuando el cólera comenzó a llegar al país avanzando con rapidez en Rosario, San Nicolás de los Arroyos, San Pedro, Baradero, Las Conchas (Tigre) y Buenos Aires.
En San Nicolás, una ciudad entonces con unos 10.000 habitantes, el mal se presentó con particular gravedad. Residían allí dos médicos, Mariano Marenco y Marcelino Díaz Herrera, quienes en un informe elevado al ministro de Gobierno de la provincia, Nicolás Avellaneda, dudaban en un principio “de la autenticidad nosológica de la enfermedad, contrariando la intuición popular y las acertadas noticias periodísticas que así lo aseguraban”.
Para despejar dudas el doctor Emilio Castro, a cargo del gobierno de la provincia por ausencia de su titular, Adolfo Alsina, decidió enviar a quienes podían despejar esta duda e informar al gobierno lo que sucedía. Fue así que, por el prestigio y la responsabilidad de Fürst y Larrosa, fueron quienes resultaron elegidos para esos efectos, por lo que dejaron de lado el proyectado viaje.
A la llegada de los médicos, Marenco y Díaz Herrera, estaban algo afectados por el mal y tomaron ellos la tarea de atender a las víctimas, que se contaban de a decenas diariamente. El diario local “El Amigo del Pueblo” comentó: “La misión que están desempeñando no puede ser más noble y humanitaria, ni la circunstancia más a propósito, en razón de hallarse algo enfermos los médicos que tenemos”.
En sus apuntes Larrosa relata: “Cuando la epidemia parecía ensañarse en las familias más pobres, acordamos con el doctor Fürst suministrar gratis no sólo la asistencia médica y la botica, sino también el cajón fúnebre para los que fallecían sin recursos”, como también “el dinero que discrecionalmente creíamos necesario para llenar las necesidades de muchas familias desamparadas, expuestas a perecer sin la protección del Gobierno y la caridad pública”.
A pocos de la clase acomodada les cobraron y cuando decidieron, a comienzos de abril regresar a Buenos Aires, pasaron las cuentas a una comisión compuesta por el Juez de Paz y el párroco para que, una vez satisfechas, “fuera por ellos repartido su importe entre los desgraciados huérfanos y demás personas menesterosas que dejase sin recursos la epidemia”.
El 13 de abril de 1867 al mediodía, Fürst y Larrosa embarcaron en el “Ibicuy” de regreso a la ciudad, pero el primero embarcó algo indispuesto y empeoró de tal modo durante la navegación que todo era inútil para aliviarlo del mal que había contraído. El 14 desembarcaron, de inmediato Fürst fue trasladado a su residencia de la calle Perú y al día siguiente el “cólera morbo” se hacía de otra víctima fatal, a pesar de los desvelos de los médicos Larrosa, Guillermo Zapiola y Guillermo Rawson, éste último ministro del Interior.
El 15 de abril el gobernador acordó que el gobierno de la provincia acudiría en pleno a las exequias en la Recoleta, además de otorgar una pensión anual por diez años de tres mil pesos mensuales a los hijos de Fürst y hacerse cargo de la educación de los que estaban cursando estudios. Avellaneda y Rawson, en nombre de los gobiernos provincial y nacional, respectivamente, despidieron los restos con sentidas palabras. Una foto del panteón familiar en la Recoleta debida a la gentileza de Alicia Braghini y Susana Gesualdi, ilustra esta nota.
Cupo al doctor José Penna, en 1944, bautizar un pabellón con el nombre de Carlos J. Fürst, en la antigua Casa de Aislamiento, hoy Hospital Francisco J. Muñiz. Cuando se cumplió en 1967 el centenario de la muerte del doctor Fürst, la Academia Nacional de Medicina celebró una sesión pública en la que el doctor Marcial I. Quiroga trazó una semblanza del médico; lo mismo sucedió en esa corporación en el bicentenario del nacimiento, cuando lo recordó el doctor Fortunato Benaim. Su vida ha sido recordada también por Ernesto Vicanco, Rafael Berruti, Roberto N. Pradier y los historiadores nicoleños José de la Torre, Santiago Chervo y Miguel Ángel Migliarini.
La próxima visita a nuestro país de la Reina Margarita II de Dinamarca, será motivo sin duda para homenajear a este danés noble y generoso, uno de los primeros en llegar a este suelo, donde fundó su familia, que continúa en nuestras tierras, y en donde no dudó en inmolar su vida por la de otros y la salud de quienes padecían la terrible epidemia hace 152 años.
* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación