Los Patriots del eterno Brady buscarán la gloria frente a los Rams, que hace dos décadas que no ganan. Pero por detrás, se juegan miles de millones de dólares.
Este domingo, cuando en Atlanta (Georgia) se inicie la final del torneo de la National Fooltball League (NFL), el Super Bowl LIII, a partir de las 20.30 de Argentina (con televisación de Fox Sports y ESPN), la danza de los números ya casi será historia.
Un primer dato: mientras las finales del básquetbol de la NBA (el deporte mundialmente más popular entre las grandes ligas estadounidenses) alcanzan una audiencia de uno 20 millones de “locales”, la última final de la NFL contó con unos 105 millones de adictos estadounidenses frente a sus televisores.
Tanta convocatoria no se debe, hay que decirlo, solo a la pasión por la pelota ovalada de caucho sintético: para convertir este deporte en un éxito de clase mundial y que provoca el segundo mayor consumo de alimentos después del día de Acción de Gracias, en EEUU, hizo falta que la empresa que maneja el juego le agregara varios condimentos: uno de ellos, el espectáculo que rodea al Super Bowl, que casi tapa al partido en sí.
Ese inmenso show es lo que el mundo entero empezó a consumir, lo que agregó mercado y dólares a un negocio que en territorio estadounidense ya era monumental.
El año pasado, por ejemplo, se calcularon otros 40 millones de telespectadores en el resto del mundo. Y la liga recibió esta masividad mundial con los brazos abiertos.
Pero los organizadores encontraron otros aspectos para enamorar a tales audiencias. Le pusieron al partido verdaderos conciertos en el entretiempo, y espectáculos antes y después.
Este año, los grandes protagonistas musicales durante el descanso de los jugadores serán Maroon 5, Travis Scott y Big, aunque a la elección de los artistas no le faltó polémica: varios cantantes de raza negra rechazaron la invitación en solidaridad con Colin Kaepernick, el jugador que inició las protestas contra Donald Trump durante el himno y desde entonces no tiene equipo.
Gladys Knight, quien cantará el himno, no declinó la propuesta, lo que le valió críticas, para quien era una oportunidad única de mostrar su arte a cientos de millones y se olvidó de la solidaridad de raza.
Lo mismo pasa con las marcas, que no dudan en pagar 5 millones de dólares por 30 segundos de aire en el corte comercial para lanzar productos o servicios.
Para los estadounidenses, es toda una ceremonia y una tradición. Entre 10 y 15 millones de personas verán el partido en algún restaurant; casi 50 millones pedirán comida a domicilio; el público gastará casi 2.000 millones de dólares en vino y cerveza; se comerán casi 15 millones de kilos de papas y se usarán más de tres toneladas de palta para el clásico guacamole que sazona los tradicionales nachos.
Para el día después, se presumen fuertes aumentos en la venta de antiácidos y una marcada ausencia en los puestos de trabajo.
Un total de 180 países y unos 25 idiomas tendrán transmisión en vivo del Patriots-Rams que, por primera vez, permitirá las apuestas en siete estados, además de Nevada.
En las predicciones, New England, comandado por Tom Brady, es el gran candidato ante un equipo de Los Angeles que, de la mano de Jared Goff, su organizador de juego, llega como punto.
Pero el resultado es casi una anécdota. Salvo para un grupo de empresarios de las franquicias y sus fans.