Su construcción comenzó hace cuatro siglos, cuando Luis XIII ordenó eficar una modesta vivienda de piedra y ladrillo. Con el tiempo, su hijo y sucesor mandaría a erigir en el mismo lugar una de las obras maestras de la arquitectura y el paisajismo.
Por Matías Ferrari
Legado de los majestuosos años del absolutismo francés, el Palacio de Versalles es también un espejo que, a cada paso, nos muestra el cambiante recorrido de uno de los países que determinaron la historia moderna. Su importancia simbólica y artística lo convierte en uno de los edificios claves para comprender no sólo el pasado galo, sino también el de gran parte de Europa. Gracias a estas cualidades, sumadas a su asombrosa belleza, el Palacio de Versalles se convirtió en una ineludible parada en el trayecto de todo turista extranjero por el viejo continente.
A diferencia de lo sucedido 350 años atrás, el ingreso no está reducido a una diminuta elite cortesana que concebía al Palacio como el principal escenario de sus encuentros públicos. En la actualidad, los sondeos disparan la cifra de visitantes a más de tres millones de comensales anualmente, pero si nos detenemos en sus jardines, la cantidad se duplica y llega a los siete millones.
No es de sorprender que tantas personas se vean imantadas frente a estos magníficos jardines. Su impecable estilo y diseño racional se extienden a lo largo de 800 hectáreas de parque y albergan medio centenar de estanques de agua, lo que le brinda un aspecto inmejorable a los alrededores del Palacio.
Su construcción comenzó a principios del siglo XVII, cuando Luis XIII mandó a edificar una modesta vivienda de ladrillo y piedra en medio del bosque, con el fin de descansar de sus salidas de caza durante las mañanas. Con el tiempo, el rey amplió los terrenos a su disposición y ordenó los primeros arreglos de sus jardines. Sin embargo, Luis XIII no llegaría a conocer ni siquiera una porción del esplendor otorgado por su hijo y sucesor. Con su muerte, la vivienda real quedó abandonada por casi treinta años. En 1651, Luis XIV, conoció el lugar durante uno de sus tantos recorridos en busca del paisaje perfecto para llevar adelante su idílico plan de construir un nuevo palacio real, alejado de los problemas de París. Es llamativo encontrarse con una carta del célebre asesor francés Jean Baptiste Colbert, en repudio a la muda de la sede real.
\”Durante el tiempo que Vuestra Majestad ha dispensado grandes sumas en esa mansión, ha olvidado el Louvre, que es, ciertamente, el más hermoso palacio que hay en el mundo. Oh, qué tristeza que el rey más grande sea medido en comparación con Versalles\”, escribió en 1661 Colbert, años antes de sumarse a la Superintendencia de obras a cargo de la economía durante parte de la construcción.
Es evidente que este reconocido economista del antiguo régimen francés no esperaba la magnificencia que le imprimiría a la nueva sede de gobierno el “Rey Sol”. A lo largo de sus 72 años al frente de la monarquía francesa, Luis XIV no dejó nunca de llevar adelante costosas remodelaciones.
Esta inversión de dinero y tiempo, muestra a las claras la pasión que Luis XIV mostró por la belleza y la protección del arte durante su extenso reinado. Luis Le Vau, Charles Le Brun y André le Nôtre son algunos de los arquitectos y paisajistas que lograron cumplir el sueño del monarca. Sin embargo, bajo su ala protectora también se cuentan reconocidos nombres de las artes francesas, entre ellos, el vigente dramaturgo Moliére, y el autor de “Fedrá”, Jean Rancine.
Declarado Patrimonio de la Humanidad en 1979 por la UNESCO, Versalles contiene una de las joyas máximas del diseño de interiores: la Galería de Espejos. Construido por el excelso arquitecto francés, Jules Hardouin Mansart, esta galería sirvió como un lugar de paso para deslumbrar a los visitantes con los más de trescientos espejos de gran tamaño. Esto captó inmediatamente la atención de los cortesanos, ya que muchos se reflejaron de cuerpo entero por primera vez frente a estos espejos. Los turistas no dejan de asombrarse por la calidad y detalle de las ventanas arqueadas que iluminan el amplio ambiente, de 73 metros de largo y 10 de ancho. En el 2004 comenzó una profunda restauración de la Galería que tuvo un costo de doce millones de euros y se extendió por casi tres años.
Otras paradas obligadas en el recorrido son el Gran Trianón de mármol rosa y el Dominio de María Antonieta, esposa de Luis XVI y amante de la vida sencilla y campestre, alejada de la fastuosidad del palacio principal.
Datos útiles
La visita al Palacio de Versalles no desentona con los costos de otras atracciones turísticas de Europa. Entre las opciones, encontramos diferentes tipos de tickets. El más recomendable es el pase completo que incluye tanto los pasillos y galerías, como un audio de guía en más de diez idiomas. Eso sí, para disfrutar de este pase completo es recomendable dedicarle un día entero porque las excursiones suelen durar varias horas.
El precio de este boleto es de 25 euros e incluye, además del ingreso a los tres palacios, un espectáculo de aguas danzantes musicales y un recorrido por los perfectos jardines que rodean la mansión.
Los tickets pueden sacarse con anticipación en la web oficial del Palacio. Al reservar tu entrada, es importante ser preciso al elegir la fecha en la que se realizará la visita porque, de equivocarnos, tendremos que sacar una nueva.
Uno de los datos más peculiares es el espacio que las autoridades del lugar le brindaron, este último tiempo, al arte contemporáneo. En este sentido, el norteamericano Jeff Koons fue el primer artista vivo que en 2008 expuso sus obras en el Palacio de Versalles, meca del conservadurismo artístico. Como era de esperarse, el anuncio levantó una fuerte polémica sobre la adecuación de brindar ese espacio a un artista kitsch como lo es Koons, con obras de gran tamaño que chocan con el gusto artístico tradicional. A ésta siguieron otra serie de exposiciones de artistas que optaron por dejar caer la posta del arte clásico y seguir un camino nuevo que, décadas atrás, no se pensaba que atravesarían las puertas del majestuoso Palacio de Versalles.