Decenas de miles de sudafricanos de todas las razas y mandatarios de todo el mundo comenzaron a despedir este martes a Nelson Mandela, el hombre que venció al apartheid con un mensaje de reconciliación. Para la despedida se esperaba una fiesta. Pero la lluvia en Johannesburgo y los abucheos al presidente Jacob Zuma opacaron el homenaje.
De la Redacción/AFP
Decenas de miles de sudafricanos de todas las razas y mandatarios de todo el mundo, entre ellos los de Estados Unidos y Cuba -que se dieron un histórico apretón de manos-, comenzaron a despedir este martes a Nelson Mandela, el hombre que venció al apartheid con un mensaje de reconciliación.
En una jornada lluviosa, el acto en el estadio Soccer City de Johannesburgo se inició con el himno nacional, “Nkosi sikelel’ iAfrika” (“Que Dios bendiga a África”), entonado con orgullo en honor del ex mandatario y premio Nobel de la Paz, fallecido el pasado jueves a los 95 años.
En la tradición africana, “cuando llueve (…) significa que tus dioses te están recibiendo y que las puertas del cielo probablemente también se están abriendo” proclamó el secretario general del Congreso Nacional Africano (ANC, el partido de Mandela), Cyril Ramaphosa.
La celebración abrió cinco días de homenajes antes de su entierro, el domingo en Qunu, un poblado donde Mandela pasó una infancia feliz y del que se fue cuando murió su padre.
“Qunu era todo lo que conocía, y lo amé de la manera incondicional en que un niño ama su primer hogar”, explicó en sus memorias, “El largo camino a la libertad”.
Unas 55.000 personas asistieron al acto, pero se mostraron más festivas y bulliciosas en los alrededores del estadio y en los pasillos, a resguardo del frío, que en las gradas.
La sensación de estar ante un momento único, como fue seguramente el entierro de Mahatma Gandhi en la India o el de Isaac Rabin en Israel, atrajo a gente de a pie, a miles de periodistas y a celebridades como Bill Gates, Charlize Theron, Oprah Winfrey, Bono y Naomi Campbell.
A cada vida, su despedida. Y para la de Mandela, una fiesta. Eso era lo que se esperaba. Pero la lluvia hizo que el estadio no se llenase y además abundaron los abucheos al presidente sudafricano Jacob Zuma. Cada vez que su rostro aparecía en las pantallas, la multitud silbaba, desconcertando a los oradores.
Es que el liderazgo del presidente está siendo muy cuestionado dentro de su propio partido, el Congreso Nacional Africano (ANC), y se le ha reprochado que no decretase feriado este martes para que mucha más gente fuera a los homenajes a Mandela.
“La gente cree que es un corrupto”, explicó a la agencia AFP Themba Nkunzana, de 59 años, que dejó el partido de Mandela y Zuma, el ANC cuando este último accedió al poder.
Pero el primer día de homenajes también dejó momentos históricos: a su llegada al estadio de Soweto el presidente estadounidense, Barack Obama, estrechó la mano de los demás invitados, entre ellos el líder cubano, Raúl Castro, con el que también intercambió algunas palabras.
El apretón de manos, el primero en público entre presidentes de Estados Unidos y Cuba en medio siglo, tuvo una rápida repercusión en la isla, donde el sitio oficialista Cubadebate.cu publicó una foto para saludar el gesto. “Obama saluda a Raúl: que esta imagen sea el principio del fin de las agresiones de EEUU a Cuba”, señaló.
En el año 2000, el ex presidente Bill Clinton y el líder cubano Fidel Castro intercambiaron saludos de cortesía en la cumbre del milenio de la ONU, en Nueva York.
El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, había destacado poco antes del apretón de manos, la capacidad de Mandela de seguir acercando, de manera póstuma, a personalidades y países adversos entre sí.
Mandela “demostró la poderosa fuerza del perdón y su capacidad de unir a la gente” y hoy “lo ha hecho de nuevo”, dijo Ban, muy aplaudido, ante las miles de personas reunidas en el estadio.
En el estadio de Soweto fue donde Mandela hizo su última gran aparición pública, el 11 de julio de 2010, en la final del Mundial de Futbol que España le ganó a Holanda.
Además del homenaje en el estadio, se realizó otro en la prisión de Robben Island, donde Mandela pasó 27 años encerrado, hasta su excarcelación en 1990. La historia entonces se aceleró: en 1994 fue elegido presidente y guió a Sudáfrica a una transición pacífica del régimen racista del apartheid a la democracia multirracial.
“Cuando salió libre, Mandela se llevó de la cárcel su experiencia de convivir con diferentes razas, culturas y tendencias políticas, para pedir la reconciliación”, dijo en la ceremonia Lionel Davis, un ex prisionero.
Además, en la celda de 2,5 por 2,1 metros en la que pasó 18 años de su vida de recluso, arde desde el lunes una vela que “simboliza el triunfo del espíritu humano”, dijo a la AFP el director del museo, Sibongiseni Mkhize.
Bajo la lluvia. El día empezó mejor de lo que acabó. Cinco horas antes de la apertura de las puertas, a las seis de la mañana de un día fresco y lluvioso, cientos de personas se agolpaban ya en las puertas del estadio al grito de “que abran ya, que abran ya”.
Se perfilaba un gran día de fiesta. “Si el muerto fuera un niño el ambiente sería sombrío. Pero con Mandela, celebramos una vida plena”, explicó a la AFP Jenny Pomeroy, una sudafricana blanca de 25 años ataviada con prendas de colores.
“Mandela superó las barreras raciales y nos unió”, asentía a su lado Heidi Mielke, de 23 años.
“¡Mandela, ven y gobierna!” cantaba un grupo que, a imitación de otros, correteaba y saltaba por los alrededores del estadio para desaparecer entre los pasillos que conducían a las gradas. La lluvia hizo que muchos demoraran buscar su asiento y se entregaran a este ejercicio mientras esperaban el inicio de la ceremonia.
Luego, aburridos por los discursos y mojados por la lluvia, se fueron yendo de las gradas para repetir las idas y venidas por los pasillos.
“Mandela es mi presidente, Mandela es nuestro presidente”, gritaba otro grupo. “No hay, no hay nadie como Mandela”, coreó el estadio. “Hauna tshwana liena”, “no hay nadie como él”.
“Es único, una experiencia única en la vida”, dijo Cyrill Cameroon, un comerciante de Johannesburgo, que acompañaba a su esposa Evelyn, de Costa de Marfil. “Somos africanos, y en nuestra cultura cuando alguien muere muy viejo es una bendición, hay que dar las gracias y elogiar su vida y sus logros”, explicó ella.
El discurso de Barack Obama, agradeciendo a Mandela una lucha que dijo, le benefició a él, encendió brevemente a la multitud, aunque la megafonía no era excelente.
Homenajes en Robben Island. Ex guardianes y compañeros de detención de Mandela le rindieron un homenaje el martes en Ciudad del Cabo, frente a la isla-prisión de Robben Island, donde pasó 18 de los 27 años que estuvo en las celdas del régimen del apartheid.
Una sola vela había sido encendida ante los retratos del héroe sudafricano en el pequeño auditorio llamado “Pasaje Nelson Mandela”, que es a la vez un museo y el punto del cual parten los barcos hacia la isla, en el turístico barrio de Waterfront en Ciudad del Cabo.
El ex guardián Christo Brand, quien con el paso de los años se convirtió en amigo del ilustre prisionero, dijo ante unas 200 personas que Mandela no cambió su manera de ser cuando se convirtió en presidente. “Sé que murió en paz y es por eso que luchó”, afirmó.
Lionel David, que estuvo preso en Robben Island, dijo que “nuestro deber como sudafricanos es mantener vivo su legado, ahora debemos romper las barreras que siguen separándonos”.
Para Lorraine Steenkamp, que llegó de Venda, un antiguo bantustán (el nombre de las regiones creadas por el apartheid para la población negra), venir a Robben Island es “el mejor regalo” posible, antes de que Mandela sea enterrado.
“Si Nelson Mandela no hubiera combatido por nuestra libertad, yo no hubiera podido casarme con mi marido ni tener estos dos hermosos hijos”, afirmó refiriéndose a las leyes del apartheid, que prohibían las relaciones sexuales entre personas de razas diferentes.
Ella es negra y él es afrikáner, la comunidad descendiente de los primeros colonos europeos que habla una lengua que proviene del holandés e instauró el régimen de segregación racial del apartheid.
El 11 de febrero de 1990, los ojos del mundo se concentraban en el paso firme con el que el que Nelson Rolihlahla Mandela abandonaba la prisión Victor Verster, en una de las más poderosas imágenes de nuestro tiempo, tras haber permanecido 27 años tras las rejas.
El prisionero número 46664 abrazó a las mismas personas que lo habían encarcelado y habían brutalizado a otros negros y puso toda su energía en lograr una “verdadera reconciliación”, en un país devastado por tres siglos de segregacionismo impuesto por la minoría blanca.
Una lucha por la que en 1993 recibió el Premio Nobel de la Paz junto a su interlocutor en la transición, el último presidente del apartheid, Frederik de Klerk.
En 1994 fue elegido triunfalmente jefe de Estado, con un mandato de cinco años, tras el cual se retiró de la política interna.
El arzobispo anglicano Desmond Tutu, otro Nobel de la Paz y conciencia moral de Sudáfrica, lo definió como “un icono mundial de la reconciliación”.
El camino había sido largo desde su arresto en 1962 y su condena dos años más tarde a cadena perpetua bajo acusaciones de sabotaje y conspiración.
Ya en su juicio hizo una proclama que prefiguraba su destino: “He dedicado toda mi vida a luchar por los africanos. He luchado contra la dominación blanca y también contra la dominación negra. Acuno el ideal de una sociedad libre y democrática. Por ese ideal estoy dispuesto a morir”.
Y treinta años más tarde, el 10 de mayo de 1994, asumía la presidencia manteniendo su inquebrantable profesión de fe: “Estamos forjando una alianza que nos permitirá construir una sociedad en la que todos los sudafricanos, negros y blancos, puedan caminar con la cabeza alta (…), una Nación arco iris en paz consigo misma y con el mundo”, declaró.
En sus años de encierro, se había propuesto entender a sus adversarios; estudió su lengua -el afrikaaner- y su poesía y tendió puentes con ellos. Hoy, todos lo lloran.