Hace 30 años moría el líder radical Ricardo Balbín. Su carrera política, extensa y sinuosa, incluyó la constitución de la Multipartidaria en la dictadura y reuniones secretas con Jorge Rafael Videla.
Por Martín Ungaro
Podría afirmarse que su sepelio fue la primera fiesta cívica de la democracia argentina en medio de la larga noche dictatorial que se inició el 24 de marzo de 1976. El 9 de septiembre de 1981, cientos de jóvenes y dirigentes de la Unión Cívica Radical, pero también decenas de jóvenes peronistas y socialistas, acompañaron el féretro de Ricardo Balbín desde la casa velatoria hasta el cementerio al grito \”se va a acabar/se va a acabar/ la dictadura militar\”.
Con un absolutismo en decadencia, al que aún le faltaba lanzar su último manotazo de ahogado, la Guerra de Malvinas, y un tirano sin los poderes de su antecesor, Roberto Viola, la multitud caminó ese mediodía por las calles de La Plata con la voz acongojada y un hit que quedó en los oídos del generalato: \”Adelante radicales/adelante sin cesar/ no queremos dictaduras/ni gobierno militar\”.
Fue el retorno de las masas a las calles luego del terror. Sería, aunque pocos lo sabían entonces, el tramo final de la autocracia.
Un político de boina blanca comentó hace unos días a \”Gaceta Mercantil\” que \”a un buen escritor se lo recuerda por sus mejores páginas, no importa qué calamidades haya hecho de su vida privada… A un buen político se lo recuerda más por sus \’cagadas\’ que por sus aciertos\” y ejemplificó con el caso paradigmático de Domingo Faustino Sarmiento: \”Todo el mundo conoce la historia de la absurda importación de plátanos y gorriones desde Europa para hacer de Buenos Aires un Champs Élysées, pero nadie tiene presente que \’El Loco\’ promulgó leyes tan buenas como la de enseñanza universal, que todavía está vigente, ni leyó el Facundo\”.
El destino de los hombres públicos puede ser ingrato, es cierto. Más de uno que fue vivado por sus contemporáneos o ganó elecciones de manera implacable debió exiliarse con la generación siguiente o fue procesado por la Justicia. Por eso trataremos que ser equilibrados con Balbín, quien fue, como todo político argentino que se precie de tal, un hombre de luces y de sombras.
El Chino, como lo bautizaron sus correligionarios, nació en Buenos Aires el 29 de julio de 1904 y siempre supo que iba a ser radical. De hecho, fue el político más radical del siglo pasado, ya que puso la cara por su partido en cuatro elecciones presidenciales, tres de las cuales estaban perdidas de antemano. Fue candidato en 1951, cuando fue arrollado por un Juan Domingo Perón en la plenitud de su régimen; en 1958, tras una fractura entre radicales intransigentes y del pueblo, que le deparó la victoria a Arturo Frondizi con un guiño de Perón; y en los dos comicios de 1973, en que primero Héctor J. Cámpora y después Perón, le propinaron sendas palizas.
Esa fue una de las características que lo distinguió: la caballerosidad en la derrota y la defensa institucional. Por caso, Cámpora ganó las elecciones del 11 de marzo del 73 con algo más del 49 por ciento de los votos y correspondía ir a ballottage. Sin embargo, El Chino se negó, no por cobardía dado que estaba acostumbrado a la derrota, sino por hidalguía: había sido testigo de la quema de urnas provenientes del partido bonaerense de La Matanza y sabía en su fuero íntimo que el Partido Justicialista había ganado con holgura, más allá de las zancadillas del dictador de Alejandro Lanusse.
Incluso, hay que destacar que, tras la muerte de Perón y el descalabro gubernamental de María Estela Martínez, Balbín intentó juntar a los dirigentes más moderados de aquel peronismo violento y les propuso que se adelantaran los comicios presidenciales porque veía venir los peor. No lo escucharon y lo peor llegó.
La dictadura cívico-militar. Desde el golpe a Hipólito Yrigoyen, en 1930, la sociedad se acostumbró a la participación de las Fuerzas Armadas en la vida cívica, a través de irrupciones que llegaban a solucionar \”el desorden político\”. Las dictaduras iniciadas en 1943, 1955, 1962 y 1966 son ejemplos de esa articulación que el politólogo Hugo Quiroga llama \”pretorianismo\” en su libro \”El tiempo del \’Proceso\’. Conflictos y coincidencias entre políticos y militares\”. En la práctica, los militares tenían legitimidad ante la falta de compromiso republicano de la gente.
Esa articulación generó a lo largo de medio siglo una bipolaridad amor-odio que fue utilizada por distintos sectores de acuerdo con las circunstancias: el justicialismo acusó muchas veces al radicalismo de \”golpear las puertas de los cuarteles\”, una denuncia justificada con hechos. No obstante, partidarios del movimiento fundado por Perón no se privaron de asistir a la asunción del dictador Juan Carlos Onganía cuando fue depuesto el presidente Arturo Illia.
Ese mecanismo por el cual los militares se interponían luego de que la política impulsaba la intervención, también se registró durante el tercer gobierno peronista. El 24 de marzo de 1976, gran parte de la dirigencia tomó como paliativo el golpe liderado por los genocidas Jorge Rafael Videla, Eduardo Emilio Massera y Orlando Ramón Agosti, mientras la sociedad reaccionó con alivio o indiferencia. Fue entonces cuando Balbín cometió el más grande error de su vida política y llamó al dictador \”el general de la democracia\”.
El politólogo César Tcach, en su libro \”Partidos políticos y dictadura militar en Argentina (1976-1983)\”, sostiene que las agrupaciones mantuvieron \”la práctica política de sus equipos dirigentes, hecha de denuncias y también de silencios\”. El mejor ejemplo de esa práctica la exhibió Balbín: días antes del golpe, tuvo al menos una reunión con Videla y otras dos con el nexo entre el dictador y los políticos, el general José Rogelio Villarreal. Así supo día y hora del cuartelazo.
Más tarde, el Chino sostuvo un acercamiento con dos hitos. El primero fue la integración de cuadros balbinistas a las segundas líneas del gobierno militar. Así se formó, por ejemplo, el equipo de la Secretaría General de la Presidencia que elaboraba discursos y los programas aperturistas del dictador. Además del general Villarreal, estaban allí el subsecretario Ricardo Yofre, Juan Carlos Paulucci, Félix Loñ, Raúl Castro Olivera, Victorio Sánchez Junoy, Virgilio Loiácono, José María Lladós y Francisco Mezzadri, todos radicales.
Según los libros \”El dictador\”, de María Seoane y Vicente Muleiro, y \”76 – El golpe civil\” de Muleiro, Yofre justificó la actitud del caudillo radical en que \”todos pensaban que Videla era la tabla de salvación para los sectores moderados que había en el país, veíamos en él a un tipo contemporizador al cual había que apoyar por miedo a otro (Augusto) Pinochet\”. La misma tesis que sostenía por la embajada norteamericana en Buenos Aires.
El segundo hito estuvo dirigido a salvar correligionarios. A mediados del \’76, Balbín se reunió con Videla en la casa de Villarreal, según confirmaron éste y el balbinista Ricardo Yofre. Aunque la charla no tuvo testigos, quienes la conocieron dieron por descontado que el Chino le pidió a Videla por las vidas de Hipólito Solari Yrigoyen y Mario Amaya, ambos desaparecidos. Unos días después, el 30 de agosto del 76, ambos dirigentes fueron \”blanqueados\” en una cárcel a disposición del PEN, pese a lo cual Amaya murió en prisión a raíz de torturas.
Un tiempo después, en una rueda de prensa ante corresponsales extranjeros, una madre de Plaza de Mayo le reprochó su actitud y Balbín respondió: \”Usted ocúpese de los muertos, que a mí me duelen, pero yo me ocupo de los vivos, para que no mueran\”. Más tarde declaró a la Televisión Española: \”Creo que no hay desaparecidos, creo que están muertos, aunque no he visto el certificado de defunción de ninguno\”.
Tras el fallecimiento del viejo líder, varios dirigentes justificaron su comportamiento al expresar que de \”su silencio\” dependían vidas de militantes. Horacio García Leyenda interpretó que \”Balbín sabía que había habido una matanza. Y quería salvar a los vivos, que esto no siguiera. Vivía obsesionado con la falta de un poder unificado en las FF.AA. y que la institucionalización la dieran las tres fuerzas. No era blando ni complaciente… Las muertes las lamentaba, le dolían. Pero él pensaba que si alentaba un mayor enfrentamiento de la juventud, por ejemplo, iba a haber más muertos. Eso era lo que le preocupaba, que la cosa no avanzara para peor\”, contó para el libro \”El dictador\”.
La multipartidaria. Las dilaciones para formalizar la salida política que había prometido Videla, terminaron por molestar a Balbín, quien se había entusiasmado con las referencias al diálogo. Los ensayos de Villarreal y Yofre para mostrar a un dictador moderado que aceptaba el juego democrático resultaron contradictorios para el Chino. Convencido del fracaso, el líder radical criticó al gobierno militar en un balance que envió a los presidentes de los comités de la UCR el 2 de enero de 1978: \”No hay democracia estable y representativa sin partidos políticos y sin participación popular. Y aquéllos no se disuelven ni nacen por decreto. Sus falencias no han sido superiores a las que registran los otros países que tienen éxito en su marcha. Hay que desechar a los declamadores de las nuevas refundaciones\”.
Con esto, el líder desechaba los intentos de formación de movimientos afines al Proceso y daba su primer embate. En diciembre del 78, el personal civil de la Secretaría General de la Presidencia renunció a su cargo. \”Todos nosotros éramos de la idea de que la propuesta política debía ser una cosa simple, que pudiera discutirse con todo el espectro político y que pudiera llegarse a acuerdos sobre determinados puntos, y a partir de ahí ir creando condiciones para que esos puntos pudieran asentarse cada vez más en la mentalidad política argentina, pero fracasó, se hizo una discusión bizantina\”, contó Yofre.
Esa frustración fue el paso previo a la Multipartidaria, cuyos dirigentes juzgaban que a esa altura que la guerrilla había sido \”aniquilada\”, por lo cual el Proceso no tenía excusas para perpetuarse.
Balbín había apelado al peronismo, que todavía no tenía una cabeza definida tras la debacle de Isabel, la Democracia Cristiana, el Partido Intransigente y el MID para formar una versión digerible de \”La Hora del Pueblo\” de los 70.
Así nació la Multipartidaria y el arco político argentino que desembocó en la salida democrática quedó encabezado por el Chino hasta su muerte y por el vicepresidente del PJ, Deolindo Bittel. Fue su última contribución a la política y le sirvió el triunfo a su enemigo interno, Raúl Alfonsín.