Trump y el Estado de la Unión: It’s showtime folks!

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El discurso del Estado de la Unión, una tradición iniciada en el siglo XX que no esta establecida en la Constitución, es uno de los tantos espectáculos con que los Estados Unidos promueven interna y externamente su sistema de gobierno.

El show supone a un presidente que “informa” a las dos cámaras del Congreso sobre el “estado” de la Unión que, resulta obvio, es invariablemente “strong” (fuerte).

Es tal la concentración de poder en un solo edificio (presidente, vice, las dos cámaras del Congreso, Corte Suprema, mandos militares) que se elige cada año a un “sobreviviente designado”, generalmente un ministro del gabinete, para que, en caso de que una catástrofe descabece al núcleo del poder gobernante, pueda haber continuidad en la Administración.

El actor Kiefer Sutherland protagoniza una serie en base a un episodio de ese tipo, obviamente llamada “Designated survivor” y que se puede ver en Netflix.

Como tantos otros espectáculos que marcan el calendario estadounidense, del Super Bowl a la entrega de los Oscar, pasando por curiosos momentos donde los presidentes le perdonan la vida a dos pavos en el Día de Acción de Gracias o se espera a comienzos de febrero que una marmota indique si el invierno será largo o la primavera se anticipará (“El día de la marmota”, otra película), el discurso sobre el Estado de la Unión es uno de los inevitables ritos que año tras año se repiten con inamovible regularidad.

Y como tal es visto, seguido, comentado, desmenuzado, analizado y digerido por políticos, opinadores y lectores de las hojas de té que esperan desentrañar los designios presidenciales para el año que se inicia.

El discurso de este martes a cargo de Donald Trump rompió en algo con esta tradición ya que se demoró un par de semanas luego de que la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi (en rigor es quien debe invitar al presidente a dar su discurso invitándolo al Congreso) le sugirió en enero no concretar este rito hasta tanto no se re abriera el gobierno, cerrado por el capricho presidencial de obtener 5.700 millones de dólares para construir una pared en la frontera sur con México.

La puesta en escena, como todo show que se precie en el país de Hollywood, es sumamente cuidada. Se anuncia la entrada del presidente a la Cámara a viva voz por parte de un funcionario legislativo y el mandatario entra ante la ovación de los legisladores de su partido y de tímidos aplausos o el visible silencio de sus opositores.

El presidente lee su discurso y detrás suyo se sientan el presidente de la Cámara de Representantes (el anfitrión) y el vicepresidente y presidente provisional del Senado, que cuando son del mismo partido aplauden al unísono o, como cuando en esta ocasión son de partidos diferentes, muestran todos los contrastes políticos que dividen al país, a espaldas del presidente pero a la vista de todos.

Para un mandatario que vive dominando el ciclo noticioso todos los días gracias al uso intensivo e indiscriminado de Twitter, este discurso parece ser un agregado innecesario porque, al fin y al cabo, ¿qué de nuevo podría decir alguien que además ha hecho de las medias verdades, las exageraciones y las mentiras y los ataques personales a sus opositores la base de su discurso y práctica política?

Los asesores de Trump lo saben y empezaron a trabajar en el “speech” el año pasado, tratando de encontrar el justo medio entre un llamado al bipartidismo y el carácter divisivo y agresivo del presidente, no vaya a ser cosa que sus seguidores pensaran que se “ablandó”, sobre todo después de haber abierto el gobierno sin obtener el dinero para el famoso muro.

El resultado fue un pastiche tal que obligó al usualmente circunspecto The Washington Post a titular, reflejando su perplejidad, que “En un discurso disonante sobre el Estado de la Unión, Trump busca la unidad mientras describe la ruina”.

Trump se enfrentó por primera vez a un Congreso dividido desde que asumió la presidencia, hace dos años.

Llamando a la situación en la frontera de Estados Unidos y México “una crisis nacional urgente”, volvió a pedir al Congreso que aprobara la construcción de su muro y argumentó que, sin la barrera física, los trabajadores estadounidenses perderían sus trabajos, una afirmación que no está basada en ningún análisis estadístico serio pero que alimenta el mito del inmigrante que roba el empleo y sobrecarga los servicios sociales, las escuelas y los hospitales.

La afirmación fue aplaudida a rabiar por los republicanos y mirada con desprecio por los demócratas, que están empezando a ejercitar el músculo investigador del Congreso, uno de los principales temores de Trump, al que hizo referencia en su discurso con su falta de sutileza acostumbrada.

El presidente advirtió que los estadounidenses pueden sufrir las consecuencias de lo que denominó investigaciones “ridículas”.

“Se está produciendo un milagro económico en los Estados Unidos, y lo único que puede detenerlo son las guerras estúpidas, la política o las investigaciones partidistas ridículas”, dijo. “Si va a haber paz y legislación, no puede haber guerra e investigación”. Una frase que seguramente quedará en los anales de la retorica política.

Mientras Pelosi lo miraba con una expresión insondable pero que reflejaba la distancia sideral entre demócratas y republicanos, Trump tenia de frente a las mujeres demócratas vestidas de blanco en honor a las que hace un siglo lucharon por el voto femenino (las “suffragettes”) y que no lo aplaudieron en toda la noche.

La tensión en el recinto se cortaba con un cuchillo sobre todo cuando Trump declaró, como era de esperar, que el Estado de la Unión era “fuerte”: las mujeres vestidas de blanco permanecieron sentadas mientras que los legisladores republicanos, la mayoría de ellos hombres con trajes oscuros, se pusieron de pie a aplaudir sin reparos a su providencial líder.

Los raros momentos de aplausos conjuntos se produjeron cuando Trump habló de la ley de justicia penal bipartidista que firmó en diciembre, y cuando prometió combatir el cáncer infantil y a eliminar el virus del SIDA en diez años. Algo es algo.

Aunque comenzó y terminó su discurso de 82 minutos con un tono unificador, sus palabras estaban en conflicto con muchas de sus propias acciones y declaraciones. Un presidente que no ha dudado en tomar represalias contra sus enemigos, se mofa de sus rivales políticos a los que les pone apodos como en la escuela secundaria y se considera a sí mismo uno de los mejores contragolpeadores del mundo, exhortó al Congreso a “rechazar las políticas de venganza, resistencia y retribución y abrazar el potencial ilimitado de cooperación, compromiso y bien común”.

Hubo legisladores que no pudieron ocultar la risa.

Y para colmo agregó: “Debemos elegir entre grandeza o atasco, resultados o resistencia, visión o venganza, progreso increíble o destrucción sin sentido. Esta noche, les pido que elijan grandeza”.

Si el tema no fuese tan serio, sería desopilante.

Según The Washington Post, unas ocho horas antes del discurso Trump destrozó a los demócratas, así como al fallecido senador republicano John McCain, en un almuerzo con presentadores de canales noticias de TV.

Se refirió al líder de la minoría demócrata del Senado, Charles “Chuck” Schumer como un “desagradable hijo de puta”, ridiculizó al ex vicepresidente Joe Biden como un “tonto” y acusó al gobernador de Virginia, el demócrata Ralph Northam, de “atragantarse como un perro” en una conferencia de prensa en la que negó estar en una foto racista en la página del anuario de su escuela de medicina. Este es Trump, en todo su esplendor.

El Estado de la Unión es sólo un show.

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