Guerras y comercio de cereales en la época preindustrial
Sería erróneo atribuir el aumento del precio de los cereales, y en particular del trigo, únicamente a la guerra en Ucrania, y por ende a la escasez de oferta, tal como lo sugiere la teoría económica estándar. En efecto, este resultado está vinculado a las prolongadas relaciones entre mercados, especulaciones y tensiones geopolíticas en el seno de las cuales Rusia, Ucrania y el mar Negro desempeñan hoy un papel muy singular. Las siguientes páginas tratarán de demostrar esta tesis.
Ya en el plano de la teoría económica, un modo bastante generalizado de salir de la explicación simple en términos de oferta y demanda consiste en distinguir entre mala cosecha y hambruna, efectos climáticos y acción del mercado. Una mala cosecha, ligada eventual pero no necesariamente a factores climáticos (una guerra puede causarla) no se traduce forzosamente en hambruna. Esta última también puede ser producto de especulaciones comerciales. El Premio Nobel de Economía Amartya Sen construyó su reputación sobre la base de estas distinciones1. Sen consideraba que su teoría era solo aplicable a las economías de mercado avanzadas; sin embargo, desde hace ya varias décadas, medievalistas y modernistas han cuestionado esta interpretación demostrando que los mercados contribuyeron a desencadenar las hambrunas a partir del siglo xii, precisamente debido a la importancia de los mercados internacionales y de los componentes geopolíticos, por un lado, y de los aspectos político-sociales internos, por el otro2. Como buen precursor, Jean Meuvret observaba en los años 1960 y 1970 que nunca circuló por las rutas tanto trigo como en tiempos de hambruna.
Estas mismas observaciones se hicieron para las ciudades italianas a partir del siglo xii, y para Inglaterra, Flandes y España a lo largo del periodo tardomedieval y moderno. Los historiadores de China, la India y el Sudeste asiático llegaron a conclusiones similares para estos mismos periodos3. En otras palabras, ya en la época preindustrial, tanto en Europa como en varias regiones de Asia, una mala cosecha solo se transformaba en hambruna si se interponían los mercados y la especulación. Desde luego, a diferencia de la especulación de épocas posteriores, la de la época moderna derivaba también del hecho de que el porcentaje de cosechas que ingresaba en el mercado era limitado, entre 2% y 10% según el caso. Las especulaciones intervenían pues sobre una base de autoconsumo que corría el riesgo en todo momento de ser deficiente.
Al mismo tiempo, tampoco debe creerse que el capitalismo y la especulación han sido constantes desde el siglo xii. Tal como Karl Polanyi y muchos otros han demostrado, lo que cambia no es el mercado en sí, sino sus formas, su extensión y el rol de las instituciones. En la época preindustrial, varias instituciones intervinieron en la regulación de los mercados agrícolas y alimenticios, precisamente para hacer frente a los riesgos climáticos, la especulación y, en consecuencia, a la inestabilidad social. En Europa, donde predominaba el trigo, la taxonomía de los cereales estaba fuertemente ligada al orden social: las elites tenían acceso al trigo y al pan blanco, sobre todo en Francia y en algunas regiones de Italia, mientras que los demás grupos sociales debían conformarse con trigo mezclado con otros cereales, incluso con sucedáneos. Esto explica el cambio simultáneo del precio de estos alimentos: el aumento del precio del trigo conllevaba el de los demás cereales, y luego el de sucedáneos como las castañas, las bellotas y las raíces4.
Es allí donde el almacenamiento de los cereales resultaba fundamental: no solo en Europa, sino también en China, la India y las principales regiones de Asia, las ciudades y las autoridades estatales implementaron un sistema de reservas de cereales. Estas últimas estaban gestionadas en forma conjunta por las instituciones centrales y locales, pero también por las comunidades locales, y requerían el acuerdo de nobles, terratenientes y comerciantes. Estos acuerdos eran desde luego políticos, pero no únicamente: en Europa occidental, se había implementado una economía moral del «precio justo»; reflejaba una jerarquía cualitativa de las mercancías que, a su vez, remitía a una jerarquía social específica5. Determinado pan o determinada carne para determinado grupo social, con una distribución que no pasaba solamente por el precio y el mercado, sino por las instituciones: para cada grupo social, su mercado y su carne o su pan. Este principio no apuntaba a adaptar la sociedad según las reglas de eficiencia económica, tal como sucedería a partir del siglo xix, sino, por el contrario, buscaba precisamente limitar la influencia de la economía en la política y en la sociedad. La disciplina del mercado dependía del orden público, porque los intereses individuales solo encontraban sentido en el marco del interés general y este último surgía de la convergencia entre economía y moral, beneficio y justicia6.
En este marco regulacionista, Rusia no fue una excepción; a partir de la segunda mitad del siglo xvii, se crearon reservas de granos; con la organización de la sociedad en órdenes del Antiguo Régimen, presentaba una variante de las soluciones adoptadas en otros países europeos en la época. Salvo que Rusia buscaba construir un imperio precisamente a partir del control de los cereales. Su expansión en las estepas, en Asia central y más tarde en Polonia y Ucrania perseguía precisamente ese objetivo: desde luego, el trigo era considerado un instrumento apto para garantizar el orden social interno, como en Europa, pero constituía también una herramienta de conquista de vastos territorios: la transformación de amplios espacios poblados por presuntos «nómadas» o propietarios insumisos de Polonia y Ucrania en áreas de cultivo extensivo de cereales fue una herramienta de consolidación del poder imperial ruso7. En esta configuración, la producción y el control del trigo se consideraban instrumentos de presión sobre Europa en caso de guerra o de mala cosecha. Desde Pedro el Grande hasta Catalina y también con posterioridad, Rusia comercializó su trigo según modalidades que en nada coincidían con lo que Immanuel Wallerstein había señalado, a saber, una cuasi periferia sometida a Europa en vías de industrializarse8. Por el contrario, su extensión territorial y la importancia de su trigo para Europa ofrecían al Imperio Ruso formidables herramientas de presión9. Lo cual era cierto para el equilibrio social y político, pero también para el esfuerzo militar.
En efecto, el trigo y los cereales en general obligaron a todas las potencias de la época a buscar un difícil equilibrio entre la necesidad de alimentar ejércitos (hombres y caballos) cada vez más imponentes, la alianza con las elites terratenientes, el abastecimiento de las ciudades y la gestión del campesinado, siendo este último a la vez productor, fuente de ingresos para los nobles y para el Estado, pero también una base indispensable para el reclutamiento militar. Lo que distinguía a los diferentes países era el equilibrio entre estos elementos. Rusia sometía y protegía al mismo tiempo a los campesinos frente la excesiva ambición de los nobles, mientras que China y la India dejaban mayor libertad a estos últimos. Francia, por su parte, se ubicaba a mitad de camino entre soluciones regulacionistas, ambiciones geopolíticas y el intento de conservar una alianza entre el poder monárquico y los terratenientes. Los cambios institucionales y geopolíticos de los años 1750-1820 (caída del Imperio Mogol, crisis del Imperio Otomano, Revolución Francesa, revoluciones e independencias en América Latina) reflejaban la ruptura de estos equilibrios sociopolíticos construidos en torno de los cereales10. La falta de harina y de pan en París, la pérdida del control de los emperadores mogoles y otomanos sobre los terratenientes y la producción de cereales, la ruptura del tráfico entre los países ibéricos y América Latina, todos estos cambios mostraban claramente el rol de los cereales en los equilibrios políticos y sociales en ese momento.
Las pastas de cada día
El siglo xix trajo entonces novedades significativas. Las guerras napoleónicas y el bloqueo continental produjeron un efecto inesperado: el trigo ruso no solo invadió Europa, sino que contribuyó –sobre todo el famoso taganrog ucraniano– a la primera verdadera revolución alimentaria global en un contexto de industrialización (la del maíz, también importante, de Europa a África, se refería al ganado o a los cultivos de subsistencia en África). En efecto, el trigo duro dio origen a las pastas industriales que, en Italia, se desarrollaron precisamente en ese momento, sumándose a las pastas frescas y a las elaboradas con trigo blando11. El trigo duro se utilizaba hasta entonces en la panificación, mientras que la nueva variedad abría las puertas a la industrialización de los alimentos. La nueva variedad proveniente de Ucrania permitió que las pastas se conservaran y se vendiesen para las comidas fuera del hogar, ligadas a la urbanización y la creciente proletarización. A lo largo del siglo xix y más aún del siglo xx, urbanización, industrialización y pastas de trigo duro se convirtieron rápidamente en procesos globales e interconectados. Imaginemos nuestro mundo urbanizado e industrializado sin pastas ni pizzas (ni fideos instantáneos en Asia o tortillas en América Latina). Un mundo semejante sería sencillamente imposible, ya que privaría de «combustible» a sus trabajadores, que hasta hace muy poco tiempo apenas tenían acceso a la carne.
Esta solución pareció entonces dar la razón a Rusia y sus estrategias imperialistas en Asia, Ucrania y hasta en los confines del Imperio Otomano: el trigo era el punto clave de las jerarquías geopolíticas y económicas globales. Sin embargo, fue precisamente en el momento en que el mundo le parecía conquistado cuando Rusia comenzó a perder terreno, a pesar de la abolición de la servidumbre en 1861. Esto se debió a que otras potencias decidieron, al igual que los rusos, apropiarse de las tierras de las poblaciones «nómadas primitivas» y ponerlas a cultivar. Estados Unidos, Canadá y Australia produjeron masivamente cereales con menores costos, gracias a una mecanización temprana, y desplazaron rápidamente el trigo ruso de los mercados europeos. Sumada a la decadencia china, esta pérdida de los mercados fue fatal para Rusia, privada de su principal logro económico y geopolítico12. La guerra mundial completaría este proceso. El trigo, durante siglos fuente del poder imperial ruso, a pesar de sus grandes límites sociales y políticos, provocó su caída. El trigo estadounidense y canadiense generó cambios aún más importantes: destruyó el orden de los mercados tal como se había mantenido hasta entonces.
La fractura a fines del siglo xix y comienzos del siglo xx
Si bien en el plano político y social, el cambio del siglo xviii al xix había generado grandes transformaciones ligadas en gran medida al control de los cereales, en el plano de la economía y su regulación los cambios fueron menos visibles. Las sociedades «burguesas» y capitalistas de la primera mitad del siglo xix desconfiaban aún de las bolsas y la especulación.
Tanto en el siglo xviii como en el xix, la vigilancia pública de los mercados de alimentos era reconocida en Francia como necesaria y, al mismo tiempo, al contrario de lo que podríamos pensar a partir de los argumentos liberales contemporáneos, esta disciplina no era vista en absoluto como opuesta al libre mercado, sino como un resorte indispensable para el buen funcionamiento de este. Las discusiones de la época distinguían dos tipos de especulación: por un lado, la especulación como deseo de obtener un beneficio; esta ambición era aceptada e incluso defendida por la nueva sociedad liberal. Pero, por otro lado, la especulación era también vista como sinónimo de monopolio y acaparamiento13. Este tipo de especulación era acusada de alterar el juego de la competencia y debía pues reprimirse. En cuanto a la bolsa, ya sea la de valores o la de mercancías, la respuesta fue clara durante buena parte del siglo xix: las operaciones bursátiles provenían de la mera actividad especulativa. Por esta razón, las bolsas estaban estrechamente vigiladas y reguladas no solo en Francia, Italia y Prusia, sino incluso en Reino Unido14 y eeuu.
Este equilibrio se hizo pedazos a partir de los años 1860, en concomitancia con varios factores: la Guerra de Secesión estadounidense, la apertura del Canal de Suez y la expansión del telégrafo a través del Atlántico. Esta conjunción de elementos dio vida a una reorganización de los sectores y al auge de las bolsas de mercancías. Estas organizaciones, altamente reguladas hasta entonces, se liberalizaron15. Se desarrollaron los mercados a plazo (compras anticipadas de productos futuros), la especulación internacional y el intercambio de productos virtuales. Los futuros nada tenían que ver con los mercados a plazo que existían desde la Edad Media. Estos últimos consistían en la compra anticipada de productos esperando reducir el riesgo y, de ser posible, generar ganancias ligadas a la distancia y a las fluctuaciones de los mercados. Permitían también a los agricultores obtener adelantos, créditos sobre las cosechas venideras. Los futuros, en cambio, eran promesas de productos virtuales que se intercambiaban por otras promesas de productos que quizás nunca verían la luz. Se trataba de una apuesta meramente especulativa que no recaía sobre productos futuros sino sobre promesas en torno de productos virtuales.
En la mayoría de los países occidentales (Francia, Inglaterra, eeuu, Alemania, Italia), muchas voces –socialistas, radicales, pero también representantes de los campesinos y artesanos– se elevaron para reclamar un retorno a la regulación. La estabilización de los precios señalada por los partidarios de la libertad absoluta de los mercados a plazo no se produjo, y numerosas olas especulativas afectaron las diferentes plazas comerciales y financieras, tanto en Francia como en otros países, a partir de los años 1880 y hasta la Primera Guerra Mundial.
Con la Primera Guerra Mundial, y luego de la posguerra, se adoptaron entonces fuertes medidas antiespeculativas. Estuvieron vigentes durante los años 1920, antes de la liberalización de mediados de esa década, seguida inmediatamente por la crisis de 1929. Independientemente de las cosechas en eeuu, las violentas fluctuaciones de los precios fueron una constante en estos mercados. En Francia, al igual que en eeuu, a mediados de los años 1930 se establecieron nuevas políticas de regulación. Estas medidas se retomaron después de la Segunda Guerra Mundial cuando las bolsas de valores y de mercancías fueron sometidas a una estrecha vigilancia. Tal como veremos, habrá que esperar hasta los años 1980 para volver a una liberalización salvaje.
Pero el auge de los futuros no solo profundizó las desigualdades en el seno de los países desarrollados, sino que contribuyó también a ampliar la brecha entre esos países y sus colonias. A partir de la década de 1870, reiteradas hambrunas azotaron varias regiones del mundo, en África, Asia y América Latina. Entre 1876 y 1879, se registraron en la India entre ocho y diez millones de víctimas, otros diez millones diez años más tarde, sumados a los 20 millones de víctimas en China entre 1876 y 1879, un millón en Brasil durante esos mismos años y dos millones más diez años más tarde16. ¿Cómo se explica esta multiplicación de hambrunas mundiales cuando el comercio internacional y el transporte deberían estar en condiciones de impedirlas?
La respuesta se encuentra justamente en el auge de los futuros y la especulación internacional: en África y Asia, se abrieron bolsas de mercancías, y el comercio especulativo de cereales y las políticas coloniales de expoliación, lejos de detenerse ante las malas cosechas, exigieron en cambio que más productores locales ingresaran más productos en los circuitos internacionales. La «revolución del transporte», en particular el vapor, en lugar de reducir las hambrunas, las agravó, contrariamente a lo que sostienen las teorías económicas liberales; la razón es que los mercados no eran competitivos y que la ley de la oferta y la demanda era una hipótesis meramente teórica. Estas tensiones se repitieron durante el periodo de entreguerras en el que, junto con la conocida crisis financiera, la especulación con los productos de primera necesidad se disparó en el «Norte» y agravó las malas cosechas y las hambrunas en los mundos coloniales. Las negociaciones sobre las promesas de venta de productos coloniales como el caucho, el cacao, el algodón y el azúcar fomentaron su cultivo en estas regiones, independientemente de cualquier consideración de orden no solo ambiental, sino incluso económico.
Hambrunas políticas
Sin embargo, el siglo xx conoció también una nueva fuente importante de hambrunas junto a los movimientos especulativos: la política. Así, en la Unión Soviética, la terrible hambruna que azotó numerosas regiones rusas en 1922 fue consecuencia en parte de la sequía, en parte de la guerra civil que había asolado el país durante los tres años anteriores y en parte de las políticas de requisición implementadas por el poder soviético. Diez años más tarde, frente a la resistencia campesina y política en Ucrania, Stalin recurrió a un método semejante: el poder soviético decidió quitarles a los campesinos locales, golpeados por una sequía importante, sus magras reservas de trigo. Se estima que hubo entre siete y ocho millones de víctimas. Pero la más mortífera de las hambrunas de origen esencialmente político tuvo lugar en China en la época del Gran Salto Adelante, cuando Mao dejó morir a entre 30 y 33 millones de personas. Una vez más, el control de los cereales devino una herramienta política; salvo que esta vez, fueron los regímenes comunistas los que la utilizaron para someter a sus propias poblaciones. Los europeos habían utilizado este método en sus colonias, en nombre del beneficio y la especulación; los soviéticos se inspiraron en ellos para controlar su propio imperio en nombre de la lucha contra la especulación «capitalista» de los presuntos kulaks en Rusia y los campesinos «antirrevolucionarios» en Ucrania. La Guerra Fría se convirtió entonces en la contraposición de dos lógicas en el uso de los cereales: una especulativa, desigual, eventualmente imperialista; otra antiespeculativa y totalitaria. Estos mundos confluyeron progresivamente a partir de los años 1970.
Especulación salvaje y productos alimenticios, desde los años 1970 hasta el presente
Los controles de la bolsa de mercancías y el equilibrio internacional en el comercio del trigo y los cereales continuaron hasta la década de 1980, cuando el neoliberalismo abrió las compuertas a una especulación salvaje. En Francia, fue el decreto de Jacques Chirac de 1986 el que marcó un giro en esta dirección. Desde entonces, Francia, alineándose con las posiciones europeas, no adoptó ninguna otra medida para limitar la especulación. Lo mismo sucedió en Europa y eeuu; la desregulación de los intercambios virtuales y los mercados a plazo de productos alimenticios se completó entre los años 1990 y 2000. Estas políticas sostenían la especulación salvaje y los beneficios a corto plazo; el auge de las bolsas y los activos financieros orientó las dinámicas económicas globales desde la euforia de los años de Bill Clinton y Tony Blair hasta la crisis de 2008; luego, tras un pequeño paréntesis en los años siguientes, retomó su impulso en 2015-2016. Al igual que antes, las bolsas de mercancías estaban en el centro de estas dinámicas. Entre 2002 y 2008, el número de contratos a plazo sobre materias primas aumentó 500%, mientras que las sumas colocadas en los mercados a plazo de materias primas pasaron de 13.000 a 260.000 millones de dólares. Inevitablemente, los precios de los productos alimenticios aumentaron fuertemente a partir de 2005; esta suba continuó hasta la primavera de 2008, momento en el cual la especulación financiera generó un aumento vertiginoso. Actualmente, solo 2% de las transacciones en los mercados de materias primas corresponden a intercambios de productos reales. Para el 98% restante, se trata de transacciones financieras que recaen sobre productos «imaginarios», meramente virtuales. Este contexto allanó el camino, en los mercados agrícolas, a nuevos inversores: bancos, fondos de inversión, cajas de pensiones, hedge funds, fondos indexados, inversores institucionales. La desregulación de los intercambios internacionales y del sector bancario permitió invertir en fondos agrícolas y en bolsas de mercancías. Los bancos colocaron entonces una parte de su dinero en estas operaciones. Lo paradójico de esta situación, que sin embargo refleja perfectamente la lógica de conjunto, es que escasez extrema y sobreproducción de cereales iban de la mano. Los récords en términos de producción se batían uno tras otro sin que cesaran la especulación y la escasez para una parte importante de la población mundial. Y ello precisamente cuando la escasez se atribuía, desde luego, a la excesiva presión demográfica. Este argumento se extendió en el siglo xix y nuevamente en vísperas de la Primera Guerra Mundial, y después de ella, entre los nazis, los soviéticos, los fascistas e incluso entre algunos liberales. Este mismo discurso ha acompañado ciertas políticas llamadas de desarrollo hasta nuestros días. Así, suele afirmarse que, si en la India o más en general en Asia se propagan las hambrunas, la desnutrición y las enfermedades, se debe a que en esos países tienen demasiados hijos. Esta observación es en gran medida errónea; por un lado, tal como lo hemos mencionado, el crecimiento en la producción de cereales supera ampliamente al de la población; el problema no es ni técnico ni demográfico, sino meramente distributivo. Por otro lado, la tasa de crecimiento de la natalidad tiende actualmente a disminuir a escala mundial, incluso en algunas regiones de África. El pico a escala mundial de la tasa de crecimiento demográfico se alcanzó a fines de la década de 1960 (2% anual); desde entonces, la tasa de fertilidad se redujo de 4,5% a 2,5% y, en consecuencia, la tasa de crecimiento demográfico también bajó a 1,2% en 2015. Para las décadas venideras, se anticipa incluso una baja a escala mundial, con una reducción de la población en Asia oriental a partir de 2040; Asia del Sur debería alcanzar su pico hacia 2060-2070, mientras que África subsahariana tendrá una tasa de crecimiento demográfico positiva hasta fines del siglo xxi, pero con una desaceleración que comenzaría a partir de 2050.
En cambio, el ganado, un factor tradicional de limitación de los cereales (en competencia por las superficies agrícolas), ha adquirido un nuevo y espectacular peso. Actualmente, el ganado y los consumidores de carne son los peores competidores de los consumidores de cereales. Sin embargo, esta transformación no afecta a todos del mismo modo, ya que las desigualdades en este campo siguen siendo importantes entre los países desarrollados, una parte de Asia y América Latina, por un lado, y África y partes de Asia, por el otro. Estas desigualdades en términos de consumo de carne y de acceso a los cereales son también significativas entre los diferentes estratos sociales de las poblaciones afectadas. Como consecuencia de estos desplazamientos en términos de utilización de las superficies, las tensiones sobre el trigo son a la vez más globales y más violentas. Actualmente, la producción mundial de trigo se concentra en cinco países o regiones: eeuu, la Unión Europea, Rusia y Ucrania, China y la India; las dos últimas potencias operaron un impresionante desplazamiento de superficies agrícolas hacia el trigo con el fin no solo de alimentar a su población, tal como lo afirman sus dirigentes, sino también y sobre todo para participar activamente en la especulación global, tal como lo refleja su respectiva presencia en el mercado mundial del trigo tras el comienzo de la guerra en Ucrania. En este marco, la reconstrucción de Rusia después de la presidencia de Boris Yeltsin se basó en estrategias clásicas: por un lado, la geopolítica y la diplomacia hábilmente orquestada; por el otro, el trigo. La producción rusa no dejó de crecer a lo largo de los últimos 20 años; el control de Ucrania no apunta solo al mar Negro y su acceso al Mediterráneo, sino también y sobre todo a la producción de cereales y su papel clave en los equilibrios mundiales. Los países en torno del mar Negro son nuevamente decisivos: Rusia, Ucrania, Kazajistán, Turquía y Rumania representan 25% de las exportaciones mundiales de trigo. Los dos primeros países son por lejos los actores más importantes; el control de uno sobre el otro es por ende crucial tanto en geopolítica como en economía.
Conclusión
Las actuales tensiones en torno de los cereales y el trigo, en particular en relación con la guerra en Ucrania, son a primera vista el resultado de una escasez. Esta última resulta innegable, pero sería reduccionista explicarla únicamente a través del modelo de la oferta y la demanda. En efecto, a partir de nuestro relato histórico, surge claramente que la escasez actual refleja no solo la evolución coyuntural, sino también tendencias estructurales a largo plazo: la ambición expansionista de Rusia basada en su papel en el comercio internacional y más tarde mundial del trigo; la lenta evolución de los mercados occidentales, y mundiales, hacia una desregulación especulativa global de las materias primas y los productos de primera necesidad.
Rusia busca adueñarse del trigo ucraniano según una lógica imperial presente desde el siglo xvii. Desde su creación, el Imperio Ruso vio en el acceso al mar Negro y en el control de los mercados internacionales del trigo dos objetivos geopolíticos prioritarios. Al mismo tiempo, esta estrategia, tanto en el pasado como en la actualidad, no sería exitosa si, en Occidente y luego a escala mundial, la especulación con el trigo –desde los mercados a plazo hasta los futuros y la especulación global actual– no le hubiera creado un contexto propicio. Generando una escasez de algún modo artificial, a pesar de las capacidades técnicas y el transporte, los comerciantes y luego los capitalistas internacionales (que actualmente incluyen también a empresas indias, chinas y brasileñas) le dan una ventaja a Vladímir Putin. Finalmente, estas dos dinámicas convergieron gracias a la manera en que se gestionó la «transición» del socialismo al capitalismo en Rusia y en el contexto internacional con el cambio de milenio: frente al dilema de si debe comenzarse por instaurar la democracia o los mercados, la mayoría de los observadores y responsables europeos y rusos optaron por la segunda solución, olvidando que en varias realidades históricas, desde la Rusia zarista hasta China y ciertos «tigres» del Sudeste asiático, el auge de los mercados no estuvo en absoluto acompañado por la implementación de instituciones representativas. La Rusia postsocialista emprendió ese mismo camino y, por ello, su expansionismo territorial se hace eco de la eliminación de cualquier oposición real interna. Democracias en crisis, incluso ausentes, neoliberalismo y antiguas-nuevas formas de expansionismo forman así un todo, en el cual parece difícil modificar un elemento sin afectar los otros dos.
Nota: la versión original de este artículo en francés se publicó en La Vie des Idées, 6/9/2022, con el título «L’arme du blé. Commerce des céréales, spéculation et ordre international», https://laviedesidees.fr. Traducción: Gustavo Recalde.
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3.Mark Elvin: The Retreat of the Elephants: An Environmental History of China, Yale UP, New Haven, 2004; Pierre-Etienne Will y Roy Bin Wong: Nourish the People, The University of Michigan Press, Ann Arbor, 1991; Suraiya Faroqhi, Bruce McGowan, Donald Quataert y Sevket Pamuk: Economic and Social History of the Ottoman Empire vol. 2, Cambridge UP, Cambridge, 1997.
4.Fernand Braudel: Civilisation matérielle, économie et capitalisme vol. 1, Armand Colin, París, 1979; Jean-Louis Flandrin y Massimo Montanari (dirs.): Histoire de l’alimentation, Fayard, París, 1996.
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