El verso y la búsqueda de la felicidad

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* Por Augusto Neve

Todo indica que tanto el gobierno como la sociedad argentina tienen dificultades en definir prioridades. En charlas informales con amigos y conocidos como en conversaciones laborales, pareciera que estamos todos hartos del estilo de vida que llevamos, cargado de ansiedad, de apuros, con desorganización, atando siempre con alambre como decía Ignacio Copani en 1988. Y parece que eso no cambió.

De los problemas cotidianos, cada uno con lo suyo porque todos vemos la vida desde nuestros propios ojos, desde el que le va bien económicamente y está harto de los problemas que surgen en los vaivenes ejecutivos y emocionales que implica transitar una crisis; al que le va mal, aunque labure de lo que le gusta (porque esto pasa y mucho en Argentina desde hace muchos años) y quien también está harto de tener que mantener tres o cuatro trabajos, en negro, en blanco o como sea, para poder llegar con dignidad a fin de mes.

En el primero de los casos, pareciera ser un problema más liviano. Con la heladera llena, se pueden pensar opciones. Pero no es menor, aunque sea a modo de filosofía barata, pensar en ese tipo que tampoco está feliz dentro de nuestra sociedad y que en muchos casos toma decisiones sobre el futuro de muchas personas. A pesar de tenerlo “casi todo” es infeliz… pues entones, ¿por qué no se siente pleno? Y encima si lo plantea, le da culpa. Pero ahí ya nos metemos con nuestros orígenes católicos gracias a la colonización española. Recomiendo el libro “El autoritarismo hispanoamericano y la improductividad” de José Ignacio García Hamilton (1998).

frustración
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

En el segundo caso, es por supuesto más complejo, porque ese tipo se animó a elegir. Sea un docente, un médico, un periodista… o alguna de las tantas profesiones que nuestra sociedad dejó de valorar desde lo económico y que son esenciales para nuestro funcionamiento. Porque un periodista es quien nos trae la información y tiene que ser ético e independiente; porque un docente es quien nos educa y para esto tiene que capacitarse continuamente y dedicarles tiempo a sus alumnos; porque un médico es quien nos salva la vida y necesita elementos, capacitación, tecnología aplicada, etc.; meramente como ilustración estas tres profesiones.

Sin embargo, en algún momento de nuestra línea de tiempo, igual a esa que trazó el “Doc Brown” en Volver al Futuro II, hubo un acontecimiento que inició una tangente, una línea alterna que nos trajo a este presente paralelo, donde todos aquellos valores de nuestra sociedad y que siguen presentes en nuestras mesas familiares y de amigos, por alguna razón ya no son tangibles. Se pervirtieron.

Nos falta mencionar el tercer caso, el más trágico: el que no elige ni laburo, ni profesión, ni “morfi”. La miseria -según la Real Academia Española- tiene varias acepciones, que van desde la pobreza económica, pasando por la perversidad, la tacañería, la debilidad, la desventura y hasta la suciedad o plaga. Si hacemos una autocrítica, silenciosa si lo desea, de cada uno de nuestras escalas sociales, encontraremos seguramente algo de miserabilidad en todas ellas.

Esa frustración en nuestra tan difícil búsqueda de la felicidad como sociedad nos hace elegir continuamente dirigentes que no son capaces de sentarse a una mesa para buscar puntos en común, que nos permitan crecer como un colectivo. Intereses contrapuestos, beneficios, privilegios… En fin, las mismas miserias antes mencionadas.

Tal vez el sistema presidencialista como forma de gobierno en Argentina esté llegando a su fin y debamos buscar una alternativa para no tener más ese chivo expiatorio, esa centralización de poder, que cada vez tiene menos poder, y enfocarnos más en el Congreso. Mientras tanto nos es muy útil tener a alguien a quien echarle la culpa de absolutamente todo. Aplíquelo al gobierno que sea, en cualquier “bando” que usted esté.

Es cierto que las diferencias son muy grandes. Pero esto ocurrió y seguirá ocurriendo en todo el mundo. No podemos partir el país en dos y que cada quien viva de un lado de esa frontera. Aunque esto también ocurrió y ocurre en muchos territorios de nuestra Tierra. Lágrimas, sangre y horror son contados por quienes lo vivieron. No recomendable. ¿Tendremos la capacidad de encontrar una solución?

Hace años modificamos nuestro estilo de vida. Por razones económicas o culturales en general, fuimos cambiando nuestras prioridades. Estoy generalizando, por supuesto, porque es la única manera de mostrar aspectos de una sociedad tan heterogénea que fueron cambiando.

Los barrios de casas bajas donde conocías a todos los de las manzanas aledañas, donde compartías juegos en la vereda, visitas a vecinos o estar en la puerta tomando mate, se transformaron en urbes de edificios donde nadie se conoce ni quiere conocer. Eso se intentó trasladar al concepto del barrio cerrado, con las grandes diferencias que esto implica.

Colectivos y subterráneos están atestados de nosotros, necesitando viajar todos en los mimos horarios, para llegar lo más rápido posible a nuestros hogares, un desgaste enorme y cotidiano. Horas perdidas de vida familiar, de acompañar a nuestros niños al colegio, de practicar un deporte, de hacer ocio.

Muchos han optado por irse a vivir al Interior o al exterior, hartos, buscando cambiar de estilo de vida, teniendo que renunciar en muchos casos a estar cerca de sus seres queridos.

Vivimos perseguidos por las ordenes e indicaciones que las redes sociales nos muestran: cómo debería ser nuestra vida, cuánto y qué debemos consumir y hasta a quién debemos votar.

No lo estamos filmando, pero en principio y si Usted puede, sonría un poco más. Hasta en una de esas le da una mano al que no puede elegir, valora al que se animó o le devuelve profundidad a quien necesita salir del verso.

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