El último ataque del grupo terrorista de Hamas (que traducido significa “fervor”) a territorio israelí constituyó un duro golpe, entre otras cosas, a la autoestima del pueblo judío.
Después del triunfo histórico durante la “Guerra de los Seis Días” en 1967, que fue una batalla de proporciones bíblicas o, en menor medida, la victoria en la “Guerra de Yom Kippur” en 1973, en el caso de la operación autodenominada “Tormenta de Al-Aqsa” procedente de la Franja de Gaza fue diferente. Aquí no hubo lugar para los romanticismos heroicos. Nadie lo esperaba. Ocurrió de repente. Grupos armados por tierra, agua y aire irrumpieron con una primitividad y violencia salvaje asesinando a todos los que pudieran. Sus objetivos fueron civiles indefensos. Mujeres, ancianos, niños, hasta animales domésticos. Fue sembrar el horror. La brutalidad sobre la civilización al grito de “¡Alá hack bar!”.
El problema es precisamente que cuando digo “nadie” fue “nadie”. Me refiero a aquellos que tenían la obligación de saberlo de antemano: el Estado y los servicios de inteligencia. A pesar que Egipto dijo haber advertido a Israel a través de su ministro Abbas Kamel del ataque diez días antes y que Benjamin Netanyahu aseguró desconocer, las dudas crecen cada vez más.
Tal como ocurrió después del atentado del 11-S ahora el mundo se ha convertido en un lugar mucho más peligroso que antes. Israel no volverá a ser el mismo. Y el mundo ¿quién sabe? El problema es ahora esperar las consecuencias. Ver cómo quedará el hecho en el terreno geopolítico y en la arquitectura de este futuro que de por sí ya es incierto.
El acontecimiento es a escala internacional. No solo murieron israelitas, también muchos extranjeros. Mientras Estados Unidos mandó dos portaaviones al Mediterráneo Oriental, por ahora no con la intención de intervenir directamente, sino para dar un mensaje a Hezbolá (“Partido de Dios”) que no se entrometa, varios países repatrian a sus ciudadanos. Ahora esto preocupa especialmente a Ucrania acerca del envío de armas que necesita y alivia por otra parte al oso ruso quien hizo recientemente un pacto con Corea del Norte. ¿Y China? Mira con su típica paciencia ancestral a ver qué pasa. Tienen una disputa pendiente con Taiwán y están calculando las consecuencias potenciales de una hipotética invasión a la isla.
En tanto la inmigración descontrolada en Europa y en Estados Unidos hace temer que células terroristas infiltradas en cualquier momento despierten y hagan detonar alguna catástrofe -cuando no una nueva pandemia-. Esto puede ser extensivo a cualquier lugar del mundo, incluso a la Argentina. Muchos analistas dejan entrever que la invasión pudiera haber desanimado el pacto de paz con Arabia Saudita, donde al parecer había negociaciones entre bambalinas de colocar armas nucleares para disuadir a Irán. Tengamos en cuenta que el golpe fue asentado en medio de concurridas protestas en Israel y un enconado descontento contra el gobierno de turno y, por supuesto, un día de fiesta religiosa: un sábado.
Este es un detalle no menor. Las emboscadas suelen ocurrir los días festivos, cuando la guardia se encuentra baja. Resulta curioso, pero hasta pareciera que hubieran sido ayudados desde dentro.
“Guardar el sábado” es una de las observancias más antiguas que respeta el pueblo judío y las de menor actividad. Según el mito fue el mismo Dios quien lo practicó primero. En el Génesis Yahvé creó el mundo y todo lo que lo constituye en seis días y el séptimo descansó. De hecho, la palabra Sabbat sígnica precisamente eso “descanso”, “cesación”.
Según estas tradiciones ya se observaba desde antes del diluvio. Pero fue legalizado en los Diez mandamientos que Dios le dio a Moisés y a la temprana Nación de Israel. Hay testimonios en los evangelios que para la época de Jesús los rabinos habían hecho de las prohibiciones sabáticas un exceso y una carga insoportable. Luego fue abolido por la Iglesia cristiana. Lo que quiere decir que el sábado es, no solo un rito más, sino una festividad fundamental, que fue precisamente aprovechado por los grupos palestinos para hacer su incursión estando seguros de que habría una mínima vigilancia. Y sumado a eso se estaba celebrando la Fiestas de las cabañas.
El problema sin duda fue la confianza. La misma que históricamente tuvo Belsasar, aquel rey de Babilonia en 539 a. C., aquella ciudad inexpugnable cuyas puertas quedaron abiertas una noche de juerga. El rey Ciro el persa y Darío el medo vaciaron las aguas del rio Éufrates en una hazaña de ingeniería sin precedentes para la época sin que nadie lo advirtiera y tomaron la fortaleza en una sola noche casi sin dar batalla. La confianza excesiva en sus bondades fue justamente su punto débil. Algo así probablemente ocurrió con las sofisticadas defensas israelíes, sorteadas por unas hordas de bárbaros al mejor estilo medieval. Lo que hace que el insulto y la herida consecuente sea aún mayor.
No siempre se aprende de las lecciones de la historia. Y el precio que se paga por ello es demasiado caro. Dichas circunstancias religiosas sumado al probable descuido fue como una tormenta perfecta para el éxito del ataque, para que surtiera el efecto deseado, y así fue. Esta vez Alá se despertó tempano, le dio una dura estocada a Yahvé mientras este dormía por medio de un asalto por demás importante.
Regresando a las cosas de la tierra, hoy la mirada es más profana. Pareciera que los Dioses nos han abandonado y las cosas hay que dirimirlas en el mundo humano tratando de resolver situaciones insolubles. No habrá ninguna salvación sobrenatural. Los ejércitos de Israel están arrojados a las limitaciones de su humanidad y además se encuentran en una disyuntiva debido al riesgo que corren los rehenes y la necesidad de los políticos de salvar su poder. Por otra parte, Israel arremetió con un empuje pocas veces visto contra la Franja de Gaza dejando a su paso más destrucción evitando depositar sobre Dios la venganza. Tristemente en medio de todo esto inevitablemente se seguirán perdiendo muchas más vidas inocentes de ambos lados.